El mundo cristiano se prepara para celebrar la Navidad. Esta época es de renovación de propósitos al resguardo de la fe, coincide con la finalización del año escolar, momento para agradecer a Dios por el rendimiento de nuestros hijos o nietos en sus labores académicas, punto de partida de su futuro.
No debemos perder de vista el mensaje que nos entrega la tradición: la humildad. El hijo de Dios nace en un pesebre, rodeado de pastores y animales para demostrarnos que los verdaderos valores se encuentran en el corazón y no en las cuentas de banco.
Es propicia, entonces, la oportunidad para recordar a aquellos que en estas fechas tienen la ventura de poseer todo lo que necesitan, que existen compatriotas en Darién, Panamá Este y Colón que deberán pasar la Navidad en albergues, lejos de sus destruidos hogares.
Pero también debemos pensar en aquellos que ni siquiera tienen un lugar donde pasar la noche, en especial aquellos niños y niñas que han sido y son víctimas de la pobreza, la violencia, de la explotación y los abusos.
Debemos combatir el consumismo narcisista, la adquisición de bienes innecesarios, de saturarnos de comida y licor en ruidosos festejos. No está de más decir que nos alejemos de las drogas y de las situaciones que comprometan nuestra seguridad y la de quienes nos rodean.
Se impone establecer prioridades, tener la capacidad para definir el punto en que la tradición corre el riesgo de verse absorbida por lo secular, lo material y lo efímero, en perjuicio de valores como Dios, la familia, el amor al prójimo y la patria.
En esta fecha, reciban un saludo comprometido con los principios cristianos de amor, tolerancia y respeto. Que Dios nos libre de los momentos de oscuridad y nos permita mantener siempre nuestras libertades. ¡Feliz Navidad!