«La conoció cuando ella era una muchacha humilde... un ser tan mezquino que nunca fue pródigo ni con los vicios.... Carecía de ternura en la mirada... Trabajaba en una pequeña oficina de aduanas, ... y por las noches se dedicaba a reparar vetustas máquinas de coser y relojes de péndulo que marcaban un tiempo indefinido.
»Ella siempre consideró a ese hombre algo lejano, distante a su mundo y a su geografía, hasta que esa noche... tocó a la puerta, sosteniendo entre sus manos un ramo de alegres margaritas, y conversó tendidamente con la tía. Momentos después, esta la llamaba para que dejara de lavar los últimos trastos sucios de la cena y atendiera a aquella inusitada visita. Cuando se aproximó, su tía dijo: "Regina, el señor aquí ha venido a pedir tu mano. Yo he consentido en dársela, porque te conviene. Desde hoy será tu novio formal y podrá visitarte cuando guste."
»Regina sintió que aquellas palabras eran una baldada de agua helada con que su tía, sin consultar, lavaba.... Hubiera querido resistirse, gritar con todo su aliento que NO, que... era necesario esperar. Pero no pudo.... Quiso decirles... que todavía le tenía miedo a los hombres, esos animales con cara de chivo a quienes les salían vellos en el rostro; que era inconcebible unir su vida a la de un desconocido.... Pero calló. Calló como se calla ante una gran tragedia o un gran sacrificio.
»A la mañana siguiente, Regina no se levantó a regar las flores del jardín ni a darle de comer a las gallinas. Ella "dormía" en el viejo catre, y junto a su lecho yacían, desparramados, frutos de adelfa que impregnaban de un olor agrio y a monte el ambiente del aposento. Regina no tuvo opción.»
A diferencia de Regina en este cuento, la virgen María, en la gloriosa historia verídica de la primera Navidad, no se sintió atrapada, como en un callejón sin salida.