La invasión del 20 de diciembre de 1989 se recuerda como la tragedia más grande en nuestro país. Las tropas de Estados Unidos (EU) se tomaron el territorio nacional para derrocar a Manuel Antonio Noriega. Muchos panameños humildes murieron ese día, los negocios fueron saqueados, edificios fueron destruidos y hubo muchas otras calamidades.
Pero, ¿quién pudiera pensar que dentro de toda esta tragedia, algún niño o niña podía venir al mundo? La señora Leyda Morales tiene actualmente 47 años y reside en Concepción, Juan Díaz. La tensión y angustia que provocó la intervención norteamericana causó que su parto, programado para el 22 de febrero de 1990, se adelantara para el 23 de diciembre de 1989, en plena guerra.
La señora Leyda cuenta que esa noche del 20 de diciembre, hace 16 años, se encontraba en su casa viendo televisión, cuando se escuchó un estruendo horrible. Ella y su familia pensaron que el ruido provenía de un avión que acostumbrada pasar por el área.
Luego fueron advertidos que eso fue un cañonazo y cuando se asomaron para ver qué veían, pudieron observar las ráfagas de los misiles. Los rumores corrieron rápido. Les dijeron que una barriada de Tocumen ya no existía, allí vivía uno de sus hermanos, la angustia fue grande.
En horas de la noche del 23 de diciembre, según relató Leyda, tuvo un malestar horrible, producto de la angustia y la tensión por la situación en general y principalmente por no saber nada de sus familiares. Ella pensó dar a luz en su casa, pues había muchos peligros afuera. Se les informó que si salían debían poner una bandera blanca en el auto, para indicar que no buscaban problemas.
Ya en el auto, en camino al hospital, pasaron unas 5 barricadas de los norteamericanos. Cuando iban por Río Abajo, a eso de las 9: 00 p.m., un carro se les aparece por delante. Su hermano, quien conducía, logró esquivarlo, "y sólo se escucharon disparos", contó la señora.
El segundo susto ocurrió en el cruce de la Vía España con la avenida 11 de octubre y Ernesto T. Lefevre. Otro carro se les atravesó, luego escucharon un helicóptero que resultó ser de EU, que bombardeó al automóvil agresor, dejándolo destruido. "No quiero ver", recordaba que repetía una y otra vez, rezando al mismo tiempo porque llegaran con bien a su destino.
El artefacto militar los escoltó desde el aire, destruyendo otro automóvil -según Leyda ocupado por Batallones de la Dignidad- a la altura del antiguo teatro Bella Vista. "Al parecer se comunicaron con las ambulancias", agregó la señora, pues una de ellas los esperaba a la altura de Perejil.
Los enfermeros de la ambulancia le dijeron a mi hermano que tuvimos mucha suerte de llegar vivos y le advirtieron que no se regresara, que habíamos pasado mucho para que se regresara solo. Esta testigo de la invasión relató que en el Hospital Santo Tomás, donde tuvo a su niña a las 9: 47 p.m. del 23 de diciembre, había sólo un médico y una enfermera, que llevaban tres días seguidos allí.
No había ninguna presencia militar dentro del nosocomio, excepto por helicópteros que sobrevolaban el área por rumores de que en la azotea del edificio había un cargamento de armas. Ella pidió a Dios que su hermano no se regresara solo, mientras su madre, Eusebia Argüelles, iba a ver su hijo, estacionado fuera del hospital.
Ya en el día antes de Navidad, casi a las 7: 00 a.m., Eusebia y Leyda decidieron no seguir en el hospital, la niña -del mismo nombre que su madre- había nacido de 7 meses, pero estaba en perfecto estado. Firmando una orden que liberaba al hospital de responsabilidad en caso de que le sucediera algo a la madre o a la bebita, dejaron la institución, de vuelta a Concepción.
Durante el regreso sólo pasaron los retenes estadounidenses, lo demás estuvo tranquilo, pero la mayor tranquilidad la sintieron cuando vieron que todo estaba bien con su familia, el hijo de la señora Eusebia había aparecido. Un primo de la señora Leyda que perteneció a las extintas Fuerzas de Defensa estuvo desaparecido, huyendo, pero se entregó a principios de 1990.
Eusebia, oriunda de la Isla Casaya del Archipiélago de Las Perlas, relató con mucho dolor haber visto muchos cadáveres llegando al HST, y madres llorando y gritando por sus hijos muertos. La invasión "fue un dolor muy profundo (..) no había necesidad de tantas muertes por un solo hombre, que está muy feliz y cómodo pese a estar preso", sentencia la madre de la protagonista de esta historia.