Un Siglo termina en Panamá

Redacción
Crítica en Línea
Puede ser significativo el hecho de que, en medio de nuestra precipitada carrera de alta tecnología hacia el nuevo milenio, una oportunidad para reflexionar sobre uno de los logros más señeros de América en este siglo -y una de sus menos nobles actuaciones- haya pasado sin la menor huella en esta semana. Estados Unidos transfirió el Canal de Panamá en medio de una ceremonia tan carente de interés por parte de los norteamericanos que ni el presidente Clinton, ni ninguno de los altos funcionarios de su gobierno se molestaron en asistir. Este ha sido un trato por demás despectivo hacia esta maravilla tecnológica creada al comienzo de este siglo. Además, pasó por alto la profunda y bienvenida evolución que ha sufrido el poder norteamericano ahora que termina el siglo. La creación de una vía acuática a través del Istmo de Panamá, para unir a los océanos Atlántico y Pacífico fue una obra fenomenal, algo tan significativo como lo fuera la llegada a la luna. Se llevó a cabo un ingenioso método mediante el cual buques tan largos como el Empire State Building es alto, podían ser elevados o bajados 80 pies hacia los enormes lagos de agua dulce creados por medio de represas y llenados por las torrenciales lluvias. Pero esto no se llevó a cabo sin un enorme costo en vidas humanas. Entre 1904 y 1915, murieron más de 5 mil 600 trabajadores, en su mayoría barbadienses a causa de enfermedades y accidentes. La construcción del Canal representó la llegada a la mayoría de edad de EU como una potencia mundial para mejor y para peor. Theodore Roosevelt personificó el ideal americano de fin de siglo de que todo puede hacerse cuando, siendo el primer presidente de Estados Unidos que viajaba fuera del país, posó al timón de una excavadora de 95 toneladas. Pero con el transcurrir del tiempo, la presencia norteamericana en Panamá tomó visos de neocolonialismo. Muchas intervenciones armadas de Estados Unidos en Centroamérica se llevaron a cabo con el fin de proteger el Canal de potencias hostiles. "No existe el Canal de Panamá. Lo que hay es un Canal norteamericano en Panamá" era la divisa de los que en 1977 se oponían a los tratados que Jimmy Carter y el Gen. Omar Torrijos que autorizaban una transferencia del Canal a Panamá para el año 2000. El Sr. Carter, quien encabezó las delegaciones norteamericanas en los actos de esta semana, con mucho tino perseveró con un acuerdo que significaba una asociación más igualitaria entre Estados Unidos y las naciones de Latinoamérica, y terminaba con la mancha de mantener un enclave colonial en un país que n o lo deseaba. Aunque tarde, la única superpotencia que queda en el mundo demostrando respeto por la soberanía de un país pequeño ha cedido voluntariamente un costoso bien. Una de las razones por las cuales Norteamérica puede darse el lujo de encogerse de hombros en cuanto a la entrega es que el Canal ya no es tan vitalmente necesario para los intereses estratégicos o económicos de Estados Unidos. Los supertanqueros, los buques portaaviones y los submarinos nucleares no pueden pasar por el Canal y el software no necesita hacerlo. Muy pocos dudan de que Panamá pueda hacer una transición imperceptible, sin embargo, pero todavía quedan formas legítimas de corrupción en un país con muy poca historia de gobierno transparente. Se ha cuestionado la decisión de Panamá de conceder el manejo de los puertos terminales a una firma de Hong Kong de quien se dice tiene lazos con los militares chinos. Sin embargo, los tratados explícitamente permiten a Estados Unidos intervenir en caso de que la seguridad del Canal este amenazada. La lamentable actitud del presidente Clinton para no llevarle la contraria al lado conservador y no asistiendo a la ceremonia de esta semana sencillamente sirvió para subrayar el valor del presidente Carter y sus aliados en el Senado hace dos décadas, quienes pagando un gran costo político hicieron un acuerdo que reconoció que los intereses americanos en esa importante región de la tierra iban a ser mejor servidos por una asociación y no por una dominación.
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La lamentable actitud del presidente Clinton para no llevarle la contraria al lado conservador y no asistiendo a la ceremonia de esta semana sencillamente sirvió para subrayar el valor del presidente Carter y sus aliados en el Senado hace dos décadas, quienes pagando un gran costo político hicieron un acuerdo que reconoció que los intereses americanos en esa importante región de la tierra iban a ser mejor servidos por una asociación y no por una dominación.
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