Nuestros niños no merecen ser víctimas de las balas asesinas que a diario violentan la paz ciudadana.
Seguimos inmersos en la inseguridad. Los delincuentes intentan con más fuerza ganar la batalla a esta sociedad panameña.
La estrategia en la cruenta lucha contra el crimen ha cambiado de dirección.
Hay un esfuerzo desesperado por despertar la conciencia nacional en rechazo a los actos delictivos. Los delincuentes están a la orden del día. No respetan a nadie.
Pero hay quienes se unen para detenerlos a pesar del riesgo. Un ejemplo reciente es una madre que denunció a sus hijos.
Mostró valentía en su acción a pesar de su propio dolor y vergüenza. Para esta mujer, el respeto a la vida y a los buenos valores está primero. ¿Cuántos panameños se atreverán a denunciar lo malo?
¿Aceptaremos vivir en una nación violenta? Es una pregunta íntima con su conciencia. La decisión es nuestra.
La armonía es una tarea diaria. Una sana convivencia nace en nosotros. La paz más que la guerra es labor constante. Tomar la justicia en nuestras manos no mejora la situación de temor y caos que preocupa a todo aquel que quiere una mejor calidad de vida.
En las calles se ven los rostros de angustia de las personas. Pensar en que un maleante aparezca y no tener defensa alguna contra él, enferma al más optimista.
Una dura realidad con la cual vivimos. Los niños panameños mueren a manos de la delincuencia. Muchas son las formas de verlos morir: drogados, violados, maltratados, secuestrados...
Hay que alzar las voces de protesta contra la criminalidad. Padres y madres deben ser ejemplos de paz para sus hijos.
El mundo no es perfecto. Tampoco tiene porque ser miserable.
La paz debe convertirse en un propósito permanente. Un país pacífico es un proyecto que a largo plazo dará recompensas a nuestras familias.