Brasil se proclamó campeón de la Copa del Mundo de voleibol, reeditando el título que consiguió hace cuatro años también en tierras niponas, dando espectáculo ante Japón, es decir, jugando a medio gas para que el partido no fuese un paseo militar.
La distancia entre Japón y Brasil hablando en términos de voleibol es mucho mayor que la geográfica. Brasil estaba invitado a una fiesta, al último partido de la Copa del Mundo ante el anfitrión, Japón, y no quiso ser descortés.
No tenía por qué serlo, ya que el día anterior ya había conseguido la clasificación para los Juegos Olímpicos de Pekín y aunque perdiera tenía el título asegurado, por aquello del mejor coeficiente de puntos.
Todo invitaba, pues, al espectáculo. Y Brasil cumplió como siempre. Sin ponerse un listón demasiado alto, jugó un partido a la altura de su rival, para que hubiera emoción y para el deleite de los aficionados que estaban presentes en el gimnasio.