Cada vez que alguien toca la puerta de mi casa es para comunicarme consuma frecuencias el desgarramiento que sufre su alma como consecuencias de un problema económico agobiante que padece.
Nunca he tenido un puesto público bien remunerado, pero con asiduidad, contribuyo con algún paliativo asequible, para paliar la angustia del necesitado. Y a todo esto no soy Diputado ni Representante, lo hago porque comulgo con lo divino y también con la moral.
Es de miserable ver al hermano con hambre y no contribuir con él oficiándoles la cancelación de la angustia. Sólo el verdugo no se conmueve, su universo es la fría serenidad, el tiempo no corroe ni castiga, solamente sus manos siniestras son capaces de soportar el gravoso y denso peso del mundo.
Y así actúan los que pueden ayudar y no lo hacen, esos de entrañas inconmovibles, dadas a contemplar la hecatombe invariable. En un país como el nuestro, donde escuchamos con frecuencia hablar de un Presupuesto astronómico y de un P.I.B. que sorprende, es alucinante observar el desasosiego que proclama el mendigo que sediento de lástima clama la limosnita por favor.
Y a este sindicato de pordioseros, cada día que pasa se suman más unidades, posesionado ya de un numero inmensurable. Ellos son los peregrinos del mundo que deambulan sin punto fijo, merced a la voluntad ajena que se pueda apiadar de sus dolores.
Destino cruel y vengativo, insignia de maldad que hace prisionero a los desvalidos, tus barrotes se abrieron, para dar el paso atorrante a la miseria, maldita sea la que porta en andas el dolor de los desheredados, poblando el planeta de manera invencible, Me pregunta el silencio cómplice, qué hace para comer el que no tiene nada?. El malabarismo es su consejero dogmático.