Mariano llora, ora y cae ante Dios

Jean Marcel Chéry
Crítica en Línea
En su primer juego fildeó con un guante de cartón y recorrió descalzo las bases del lote baldío que le sirvió como estadio, en Puerto Caimito de La Chorrera. Ese joven no tenía ninguna oportunidad de llegar a Grandes Ligas, dijeron -en su momento- los expertos buscadores de talento. Así fue que Mariano Rivera dio sus primeros pasos en el béisbol y en su vida, en desventaja y sin oportunidades de ninguna clase. Pero, cuál fue la clave para que ese joven destinado al fracaso obtuviera el éxito inesperado e inimaginable. ¿Persistencia, habilidad atlética o trabajo duro? No. Para Mariano, sólo hay una razón: el poder de Dios. Ese mismo poder que le hizo fulminar a los Bravos de Atlanta en el clásico de octubre y lo llevó a convertirse en el Jugador Más Valioso de la Serie Final, fue el que lo quebrantó al punto del llanto, y de haber quedado tendido durante minutos, en un culto antenoche, en la Comunidad Misionera Hosanna.
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