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A veces hace falta un tornado

Por: Hermano Pablo | Reverendo

Eran varias sus frases favoritas. Con ellas desahogaba su fastidio, su ira, su impaciencia. "Quisiera que Dios me llevara de una vez", decía a veces. "Quisiera que me llevara el diablo", decía en otras ocasiones. "Quisiera que me tragara la tierra", solía también decir.

Un día Reneé Truta, de treinta y siete años de edad, de Constanza, Rumania, quiso fotografiarse teniendo un tornado a sus espaldas. El esposo le dio el gusto y le tomó la foto. Segundos después, el furioso torbellino la levantó en los aires y la transportó once kilómetros, arrojándola en la ribera arenosa de un río.

"Creo que el buen Dios tiene algo en mente para mí", concluyó Reneé luego de aquella experiencia.

Ese fue un caso extraordinario, ocurrido en Rumania a principios de un mes de mayo. Un tornado, en una furiosa tormenta, arrebató a esa señora y la transportó por los aires. La señora sobrevivió el incidente, pero perdió una oreja y se quebró un brazo en el azaroso viaje. Perdió también para siempre la costumbre de desahogar su impaciencia con frases necias. Un violento tornado le dio la lección.

Muchas veces hace falta algo violento -una tormenta, un pavoroso terremoto, un incendio o un naufragio- para que el ser humano recapacite sobre su vida y decida ponerla en orden.

Hay matrimonios que sólo cuando sufren una desgracia olvidan sus contiendas y empiezan a amarse de nuevo. Hay familias que sólo cuando son azotadas por el infortunio se acercan a Dios. Hay individuos a quienes una enfermedad, un accidente grave o una escapada milagrosa de la muerte los hacen volver sobre sus pasos y buscar una nueva vida.

En todos estos casos de familias, matrimonios e individuos que tras una experiencia trágica tratan de hallar un consuelo o una fuerza superior, Jesucristo siempre está cerca de ellos para ayudarlos. Sin embargo, no es necesario sufrir un tornado, un choque, un naufragio, una calamidad o un desastre, sea cual sea, para reconciliarse con Dios, aunque es cierto que todas estas cosas sirven para hacernos reflexionar.

Cristo está cerca de cada uno de nosotros, y ya sea en plena paz o en medio de una tragedia, podemos clamar a Él y encontrarnos con Él. En Él está la solución y hay paz.



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