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Frente a los hechos históricos, he de involucrar mi pensamiento con los sucesos que provocaron los cambios trascendentales que motivaron las nuevas adaptaciones en la vida de quienes las experimentaron, quedando como legado para la posteridad. Instantes del atardecer del 3 de noviembre de 1903; el sol había pasado el mediodía en su fugaz huida hacia la noche y, en el oriente, el pálido satélite gobernante de las tinieblas, anunciaba con sus débiles destellos la llegada de la impenetrable oscuridad; hora de nuestra separación de la hermana República de Colombia. Dos acontecimientos sirvieron de corona cobijada de crisantemos marchitos que anhelaron a la asonada que las olas aún trémulas de nuestros mares, luego de transcurrida una centuria, continúan en recibir los reflejos de dos candiles que provienen de los envejecidos faros cubiertos de jaramagos que, con el tenue resplandor de su luz moribunda, besan las espumas dolientes del agua del Atlántico y el Pacífico que fueron testigos salientes de la muerte de Pedro Prestán, obscuro, colgado entre los palos de la horda horrorosa y el cuerpo doblado por las puntas de las balas asesinas el 15 de mayo de 1902 de Victoriano Lorenzo, en la Plaza de Francia, al sur, hecho rojo, ahogado en su propia sangre.
Las manos de los verdugos, ennoblecidas fueron a cambio de la agonía del insurrecto incorruptible, ambos, duermen el sueño injusto de plebeyos. |
