No es que nos opongamos a la ley sobre Educación Sexual que impulsan algunos sectores de la sociedad. Sin embargo, somos de la opinión que para materializar una norma de esta naturaleza, deben ser convocados todos los sectores que puedan tener algo que decir sobre el tema.
Hablar sobre puritanismo o libertinaje no debe ser la tónica que anime un diálogo, sino el establecimiento de un punto de equilibrio entre valores y libertades. Todos los seres humanos poseemos y, en ocasiones, somos manejados por emociones, pero encadenarlas o liberarlas es un asunto peligroso.
El proyecto de Ley No. 42, por medio del cual se adoptan "medidas para establecer y proteger los derechos humanos en materia de sexualidad y salud reproductiva y promover la educación, información y atención de la salud sexual y reproductiva, debe ser motivo de discusión abierta y amplia entre todos los sectores de la sociedad.
Estos sectores deben ser los científicos, judiciales, religiosos, sociales y culturales porque de esta manera, el individuo contará con un escenario más amplio al momento de evaluar su conducta sexual y la responsabilidad que involucra tener ciertas libertades y normas que cumplir.
No debemos convertirnos en radicales observadores de un puritanismo desfazado, así como tampoco en libertinos proclives a la justificación de encuentros sexuales basados en conductas impropias, sino proporcionar a la juventud material de reflexión para que comprendan que no se puede rebasar las fronteras de la dignidad y el respeto.
Por el lado de la Iglesia, pueden ser aportados los elementos morales y éticos que hagan ver a los jóvenes el valor que poseen ante Dios y la sociedad como seres con capacidad de determinar su proyecto de vida con total independencia de presiones.
El Estado y los organismos sociales, jurídicos y culturales, debe aportar las herramientas preventivas y restrictivas para evitar y condenar el abuso por los mayores. En un punto medio entre ambos extremos podremos encontrar el equilibrio en un asunto de tanta complejidad.