Crítica en Línea
La muerte de Herasto Reyes me conmueve de manera especial. La última vez que lo vi estaba inusualmente pasivo, la mirada perdida, taciturno. Me apresuré a saludarlo esforzándome por demostrarle el cariño de siempre. Pero él fue tan parco, que dudé que me recordara. Luego comprobé que el asunto no era personal, cuando un par de compañeros actuales del Diario La Prensa generaron animados temas de conversación alrededor de Herasto, quien apenas asentía sabiamente, parpadeando con suavidad.
Luego habló al oído de uno de los presentes y desapareció de la sala. Evidentemente hizo un esfuerzo por asistir a la presentación del libro de Hermes, pero no se sentía bien. Se fue sin dar excusas.
Le conocí desde mi niñez. Durante los mas crueles años de la dictadura, cuando no había partidos políticos y menos prensa libre. Herasto, mi padre y otros, compartían interminables jornadas libertarias arriesgando la vida anónimamente. Recuerdo su figura desgarbada, vestido con camisas relavadas y pantalones diablo fuertes que alguna vez fueron azules. Lo recuerdo llegando a mi casa en un pequeño escarabajo, cargado de volantes mimeografiadas y de afiches que denunciaban la desaparición del padre Héctor Gallego o rechazaban la "presencia imperialista yankee" en el país.
Él era un idealista, sí. Pero de aquellos que no se conforman con los sueños.
En una demostración de convicción y valentía única en su tiempo, fundó el Partido Socialista de los Trabajadores y lideró a un puñado de jóvenes, hombres y mujeres que como él, ansiaban una sociedad panameña mas justa y participativa.
Herasto fue mi primer gran maestro de periodismo. Muchas veces me recibió en La Prensa, donde corregía textos que nunca serían publicados. Me asignaba lecturas al azar y me hacía escribir sobre vivencias cotidianas. Luego, con paciencia corregía y me sugería técnicas de persuasión en el lenguaje escrito. Todo a cambio de nada. Todavía atesoro una de sus frases repetidas, "...para escribir, tienes que leer."
Pero mis experiencias alrededor de Herasto no son nada, en relación con una historia que él protagonizó solo. De muchos años sacrificados en fiel respeto y apego a elevados valores morales, ideales políticos, vocación periodística y literaria.
Aunque a sus 54 años, se le pudo considerar un hombre joven, hoy no diría que su muerte es prematura, porque él nunca desperdició ni un solo minuto de la vida.