Cuando la voluntad con el trato comprensivo y solícito se imponen, estamos adecuando el amplio terreno donde se capitalizan las cualidades del honor. La bondad y la decencia demostrarán en luciente apogeo los privilegios del éxito, coronados por la diadema de la probidad y el amor. La historia, en su amplio espectro ocupado de diagnosticar el pasado, relata hechos que nos dejan atónitos por lo inverosímiles que resultarían en nuestros días, sabiendo que hemos perdido los atributos indispensables dadivosos que dieron lugar a la hospitalaria decencia. Es atinente decir que son felices esos caracteres que en las horas jubilosas de la existencia, ante el sonido armonioso del badajo de la prosperidad, saben tomar partido heroico de abdicar como Sita o como Orígenes, renunciando cuando estaban en la plenitud del éxito escandaloso. Sila, dictador romano que en el apogeo de su Gobierno renunció; Orígenes, apologista notable, considerado como el fundador de la teología y la filosofía cristianas, soportó la misma suerte. Renunciar es tener dignidad, tomando la persuasión personal soberana como estandarte único de nuestros designios hidalgos. Ellos, que han sido nombrados en este artículo, se fueron navegando por el cauce del honor. El honor posee su costo para el que tiene sobriedad de carácter. El triunfo es la consumación de la pasajera ilusión, por ello jamás he creído en él, elevando todos mis sacrificios poniendo a pruebas el bien común y perdurable de los conjuntos sociales, fuera de todo intento de salir beneficiado en cambio de los favores que he realizado. Los venerables somos esa gente que en nuestro fondo promovemos el cetro de la ley natural. La educación puede sacar de una alma toda la utilidad que en ella se encierre, esa posibilidad que tiene el ser humano de ser educable con esa luminaria inagotable llamada inteligencia.