En varias oficinas públicas, incluyendo la de algunos partidos políticos, la gente que allí labora se ha olvidado de las normas elementales de buena conducta, más cuando tienen responsabilidades ante las comunidades. Hay despachos que da pena visitar, porque en vez de irradiar seriedad y trabajo, proyectan todo lo contrario. Mucha gente, desde las recepciones, huyen al oír los tremendos berrinches de quienes no controlan sus actitudes.
En oficinas como estas, las administraciones no funcionan como debiera ser; porque los recintos se asemejan a los mercados persas, donde la gente grita y ríe con carcajadas desenfrenadas. La gente atiende con la boca llena y muestran un grado de prepotencia increíble. Ni las cocalecas hacen semejantes cosas.
Esto no ocurre en las empresas privadas, donde sus dueños sí exigen las normas elementales de la buena conducta y el aprovechamiento de las horas laborables, porque nadie quiere que jueguen con su dinero.
La gente reclama atención en las oficinas públicas, no favores. Las oficinas de algunos partidos políticos no escapan de estas anomalías y, hasta dan tristeza, porque alguna de ellas operan con el subsidio electoral.
Hemos visto en varias oficinas de partidos políticos cómo impera el desorden, la gente anda a la libre con una conducta totalmente reprochable, ante la mirada inocente de los que deben poner orden y no lo hacen. Es una manera grotesca de jugar con el dinero del pueblo panameño. En los partidos donde sus dirigentes aportan grandes sumas, la cosa es diferente. La gente trabaja y produce.
Nosotros, la gente seria, creemos en los buenos ciudadanos, en los buenos modales y costumbres, en el respeto a los demás, en la convivencia pacífica y ordenada. Los panameños serios detestamos a la gente que abusa del poder amparados por padrinos o madrinas. En esta època moderna, esa gente desbocada no cabe. Pertenecen a un círculo vicioso que está llegando a su final. Por eso nunca podrán encajar en una sociedad seria.