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Viernes 22 de octubre de 1999


MENSAJE
Dos cartas extraordinarias

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Carlos Rey

Rut fue a su buzón de correo y encontró una sola carta. Antes de abrirla, notó que no tenía ningún sello postal sino sólo su nombre y dirección. La carta decía: «Querida Rut: Voy a estar en tu barrio el sábado por la tarde y quisiera verte. Con amor eterno, Jesucristo.»

Las manos le temblaban mientras ponía la carta en la mesa. «¿Por qué deseará Dios visitarme si no soy nadie especial? Y no tengo nada que ofrecerle.» Recordó su despensa vacía y pensó: «Debo ir al supermercado y comprar algo para la cena.»

Rut tomó su cartera en la que tenía apenas cinco billetes, se puso el abrigo y salió corriendo. Compró un pan francés, media libra de jamón de pavo y una botella de leche. Se quedó con sólo doce centavos hasta el lunes. Pero se sentía satisfecha.

De vuelta a casa con su modesta compra bajo el brazo, escuchó una voz que le decía:

-Señorita, por favor, ¿puede ayudarnos?

Rut había estado tan absorta en sus planes para la cena que no había notado dos figuras acurrucadas en la acera: un hombre y una mujer, ambos vestidos de andrajos.

-Mire, señorita -insistió el hombre-, no tengo trabajo, y mi esposa y yo hemos estado viviendo en la calle. Estamos muertos de frío y de hambre. Si usted nos pudiera ayudar, se lo agradeceríamos mucho.

Rut los miró. Estaban sucios y apestaban. Si de veras querían trabajar, ya hubieran conseguido algún empleo.

-Señor, me gustaría ayudarlos, pero yo también soy pobre. No tengo más que un poco de pan y jamón. Es lo que pensaba darle de comer a un invitado especial que viene a cenar conmigo esta noche.

-Comprendo. Gracias de todos modos.

El hombre tomó del brazo a la mujer, y los dos se perdieron en el callejón. Al ver que se alejaban, Rut se sintió muy afligida.

-¡Señor, espere!

La pareja se detuvo, mientras ella se les acercaba corriendo.

-¿Por qué no toman esta comida? Puedo servirle otra cosa a mi invitado.

-¡Que Dios se lo pague! -exclamó la mujer, agradecida, visiblemente temblando de frío.

Rut se quitó el abrigo y le dijo:

-Yo tengo otro abrigo en casa; ¿por qué no se pone éste?

En el camino a la casa Rut estaba sonriendo a pesar de que ya no tenía su abrigo ni la comida que había comprado. Pero al acercarse a su puerta se puso a pensar en que ya no tenía nada que ofrecerle al Señor, y se sintió desanimada.

Cuando metió la llave en la cerradura, notó que había otro sobre en el buzón. «Qué raro -pensó-. El cartero nunca viene dos veces el mismo día.» Intrigada, tomó el sobre y lo abrió: «Querida Rut -decía-: Fue muy agradable verte de nuevo. Gracias por la comida y gracias también por el hermoso abrigo. Con amor eterno, Jesucristo.»1

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1Mt 10:42; 25:34-46

 

 

 

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