MENSAJE
La última siesta

Hermano Pablo
No era la hora de la siesta, pues eran las nueve y media de la mañana, pero el hombre decidió acostarse un rato. Tampoco era época de largos descansos, pues era invierno en Montreal, Canadá. De todos modos, Timoteo Norelio, de treinta años, se acostó. Trágicamente escogió acostarse en las vías del tren, descansando la cabeza sobre un riel, y los pies sobre el otro. Así se quedó contemplando el cielo azul, mientras el tren se aproximaba a 120 kilómetros por hora. Murió arrojado por el convoy, a cincuenta metros de distancia. A un lado de las vías dejó su camioneta Ford, mientras en la casa quedaron su esposa Laura y dos hijitos, uno de siete años y otro de dos. Otro caso de suicidio. Suicidio de un hombre joven, casado y con hijos. Alguna frustración muy grande, alguna depresión profunda, algún problema insuperable para él, lo abatió, y no halló otra solución que quitarse la vida. Nadie se suicida teniendo buena salud. Nadie pone fin a su vida cuando todo va bien. Nadie cae en depresión suicida cuando la vida es fácil, cuando la suerte sonríe y cuando hay esperanzas. La idea de suicidio viene cuando, al parecer, no hay otra salida a la lucha ni otra solución a los problemas. Lamentablemente el suicidio nunca es la solución. Mil veces más fracaso que el problema en sí es el suicidio mismo. El suicidio es la derrota de una persona que deja de luchar. Es también el fracaso de una civilización que, aunque provee grandes negocios y diversiones, no da vigor al alma. Es la ruina de una sociedad que está basada en la posesión de cosas materiales. Y es, también, el revés de una religión que en el momento de la prueba, falla en proveer una fe que sostiene. ¿Podrá haber algún problema que sea más grande que la fuerza espiritual interior del hombre? El ser humano es creación de Dios. Todos los que habitamos esta tierra venimos a este mundo por voluntad divina. ¿Sería Dios capaz de crear un ser cuya potencia interior es menos que la de las luchas de la vida? No, de ninguna manera. Siempre hay una salida. Cristo tiene los recursos morales y la fuerza espiritual necesaria para darnos aliento en los momentos de prueba. Cristo tiene, además, un brazo poderoso y una mano fuerte para levantar a todo caído. Y tiene también palabras de consuelo, esperanza y ánimo. Desgraciadamente, tardamos en acudir a Él. Clamemos al Señor en medio de la prueba. Él quiere ser nuestro refugio. Si no abandonamos la fe en Él, Él no nos abandonará a nosotros.
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