La vida de Emilia Solís ha transcurrido entre las montañas de Las Ciénagas de Santa Fe, bendecida por las bondades de la naturaleza, pero alejada de los avances de la civilización.
Llegar a El Alto, la comunidad más cercana, toma cinco horas a pie.
"Antes iba al pueblo a cada rato, ahora de a malita llego arrastrándome" , expresó la mujer de cabello encanecido mientras se mantenía en la fila.
Emilia, quien confesó desconocer su edad, había madrugado para realizar el trayecto, que aunque extenuante es muy beneficioso para ella y su anciana madre.
"No sé cuantos años tengo" expresó bajito, mientras hurgaba dentro de una bolsa de tela. "...Sáquenme la cuenta", dijo y me entregó su cédula. El documento de identidad personal que Emilia había tramitado por primera vez, un año atrás, indicaba 1942 como su año de nacimiento.
"Tiene 65 años" le informé. ¡Jooo, 65! repitió un tanto sorprendida y la vez sonreída al conocer, por vez primera, su edad.
Nos contó que no fue a la escuela porque antes, cuando los maestros iban de casa en casa preguntando si había niños para que los enviaran a clases, los padres los escondían en el jorón. Preferían que sus hijos los ayudaran en las tareas del campo, porque según ellos, la escuela los volvía flojos.
¡Emilia Solís!, vociferó una mujer, irrumpiendo la interesante conversación. Había llegado su turno de recibir, por parte de los funcionarios de SENAPAN, la libreta de bonos para comprar alimentos.
"Antes yo podía sembrar, pero ahora que estoy enferma no puedo hacer nada. Si no fuera por este bono que me dan, no sé que comeríamos", indicó Emilia, mientras canjeaba, en la abarrotería, la libreta de bonos por arroz, aceite, sal, café, leche, tuna, huevos y jabón, entre otros productos alimenticios.