En el interior, cuando se paría la perra de los González, la familia entera festejaba por el numeroso parto y cada zambito cogía un perrito, les ponían nombres, tras las algarabías inocentes, saltaban dentro de la casa y en el tierrero del patio, con cada animalito apretado al pecho, hasta que se escuchaba una voz autoritaria y solemne: ¡Ya está bueno de culantro!... Y entonces, desde un poquito más abajo del cielo se desprendía un pequeño silencio, volvían los cachorros a la ubre y se retornaba a la cordura. Se cerraba la puerta. Fíjense que en el Panamá de hoy, no hay quién cierre la puerta. Sabemos cómo empezar un desorden, pero no cuándo ni cómo terminarlo.
Es cierto que, tanto por el Oro Olímpico y el L. A. Idol, las emociones se han desbordado con justa razón. Que por la niña Margarita y Saladino hemos vertido ríos de lágrimas, felices como nunca, acalambradas e hinchadas las manos hasta el dolor enviando mensajes o aplaudiendo; sufrido ataques cardíacos y hasta muertes, pero ya está bueno, ¿cómo es posible que hasta el señor Presidente haya decretado cero tormenta para el día 13 del mes más lluvioso del Istmo? ¿Qué dirán MacCain u Obama de un país con insuficiencia vial, donde cierran nada menos que la Transístmica por 24 horas?
Si estas dos proezas inconmensurables tienen al país envuelto en un jolgorio que no para, cómo será cuando la GNUEPM, por sus siglas en inglés, (Secretaría General de Las Naciones Unidas para las Estatuas Perdidas en el Mundo), nos entregue el premio mundial por la desaparición mágica de las estatuas de: Porras, Roosevelt, el Grillo metálico de Arboleda, las 12 cabezas en la Avenida de los Poetas en El Chorrillo y por los Tintibajos Juegos de Antaño. ¿Quién cerraría la puerta entonces?. Sugiero que sea Margarita, que además de cantar precioso, se expresa demasiado bien para su edad, sobre todo, porque nos ha dejado más locos de lo que estábamos en esta increíble tierra mágica.
