OPINION


Carta a una simpática mandataria

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Por Stella Stevenson
Colaboradora

La historia política del país se escribe conforme cambian los gobernantes. Un efecto sutil se refleja en la nomenclatura de calles. A decir verdad, es aburrido tener una dictadura de un partido o de un hombre fuerte si va aparejada con una versión única de la historia. Valga sólo por ello la alternabilidad en el poder de dos partidos políticos.

Si pecado es cambiar nombres de calles al son de la política, el original es de la primera administración civil post-invasión al sumar una unidad a la calle fecha-símbolo lo cual molestó a los del octubrino movimiento, pero no a mí ni a mi raza. En aras de la simplificación, valdría más uniformar calles y avenidas (si las hay) con números, letras y puntos cardinales. Y, asimismo, convertir la historia en una versión negociada siguiendo una división equitativa del espacio en cada página para cada partido. Quizá surja el beneficio marginal de reducción de costos en la transmisión de la historia.

Volviendo a los pecados veniales de cambios de nombres en sitios públicos o calles. Otro ocurrió en San Miguelito, en la segunda administración civil que yo noté. Carlos Efraín Guzmán Baúles no reprochó.

En la tercera administración noté otros más. Por Decreto No. 92 de 21 de septiembre de 1999 el Consejo Municipal decidió colocar nombres a tres calles en el corregimiento de Ancón. Dos eran Diana Morán y Sebastián Tapia.

En tertulia con los tres, ella me dijo que la eliminación del nombre de su calle no le entristecía, pero sí le alegraría que se leyeran sus poesías. El dijo que sólo le interesaba que los aguiluchos presentes leyeran y rastrearan más sobre las gestas patrióticas de los aguiluchos pasados.

El tercer nombre se preocupó aún menos, ya que tenía el antecedente de la "relación histórica" de la tercera administración civil en el insigne discurso a la reversión del canal. Ese tercer nombre estaba ausente en el mismo junto con Ascanio Arosemena, lo cual causó las lágrimas maternas que la periodista y entrevistadora no enjugó.

El tercer nombre dijo que los grandes ausentes no eran ni todos ni ninguno entre los cinco. En la primera cena de la primera mandataria nacional, no estuvieron presentes las cuarenta y tres (43) delegadas al Primer Congreso Político Nacional de Mujeres (celebrado en ciudad Panamá entre septiembre 20 y 25 de 1923), apéndice del Primer Partido Feminista Nacional, pioneras en la participación política de la mujer panameña. Y la cabecilla también estaba ausente (Clara González). Todas dijeron que no aceptarían su invitación a la última cena.

 

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