MENSAJE
Cordón de zapatos viejos
- Hermano Pablo
- Costa Mesa, California
El joven se miró los
zapatos. Estaban viejos, gastados, descosidos, sucios. Con ellos había
hecho el viaje desde el corazón de México hasta Tijuana en
la frontera con Estados Unidos. Desde Tijuana había seguido caminando
doscientos kilómetros más hasta la ciudad de Santa Ana, California.
El joven estaba cansado, hambriento, confuso. Muerto de frío con
la noche invernal de esa zona, le quitó lentamente los cordones a
sus zapatos. Con ellos hizo un cordel de metro y medio de largo. Al cordel
le hizo un lazo corredizo, y con ese lazo, colgado de un poste de teléfonos,
se ahorcó. No se supo su nombre. Sólo que era mexicano y que
tenía 20 años de edad.
La vida sigue produciendo casos que entristecen. Un joven, con la ambición
propia de su edad, ilusionado y esperanzado, sale de un rancho en el corazón
de México y comienza a caminar hacia la mágica frontera del
norte. Primero, un camionero lo recoge y lo acerca unos cuantos kilómetros.
Más tarde consigue treparse a un tren en marcha. Y por fin llega
a la ansiada frontera.
Pero en el largo caminar, pierde todo ánimo para luchar. Y en
una noche de intenso frío, vistiendo sólo un par de pantalones
cortos, una delgada camisa kaki, y sus zapatos viejos, pone fin a sus días.
El era uno de los muchos que viven abandonados. Hay cientos de miles
como él. A unos los ha vencido el licor. A otros la droga. A otros
un divorcio desafortunado. A otros el juego. A otros la bancarrota económica.
A otros la miseria de sus propios países, que los impulsa a buscar
en otras fronteras el bienestar económico que no hallan en sus propias
tierras.
Sin embargo, la verdad es que todo hombre que vive en este mundo -así
posea tierras y heredades, así viva en mansiones y palacios, así
tenga todo lo que necesita-, si no ha encontrado su albergue espiritual,
es como los que viven en la calle. Cuando no se tiene paz, se es un desposeído,
un abandonado, un ser, por decirlo así, de la calle.
Solamente se tiene paz cuando se está bien con Dios. Y sólo
se está bien con Dios cuando Cristo su Hijo es el Señor y
Dueño de nuestra vida. Dios quiere que su verdadero albergue sea
el corazón de Dios. Sólo en el centro de la voluntad de Dios
hay seguridad. Sólo allí hay paz. Hagamos de Jesucristo el
Señor de nuestra vida. En Cristo hay verdadera paz.


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