Viernes 16 de oct. de 1998

 








 

 


MENSAJE
Cordón de zapatos viejos

Hermano Pablo
Costa Mesa, California

E
l joven se miró los zapatos. Estaban viejos, gastados, descosidos, sucios. Con ellos había hecho el viaje desde el corazón de México hasta Tijuana en la frontera con Estados Unidos. Desde Tijuana había seguido caminando doscientos kilómetros más hasta la ciudad de Santa Ana, California.

El joven estaba cansado, hambriento, confuso. Muerto de frío con la noche invernal de esa zona, le quitó lentamente los cordones a sus zapatos. Con ellos hizo un cordel de metro y medio de largo. Al cordel le hizo un lazo corredizo, y con ese lazo, colgado de un poste de teléfonos, se ahorcó. No se supo su nombre. Sólo que era mexicano y que tenía 20 años de edad.

La vida sigue produciendo casos que entristecen. Un joven, con la ambición propia de su edad, ilusionado y esperanzado, sale de un rancho en el corazón de México y comienza a caminar hacia la mágica frontera del norte. Primero, un camionero lo recoge y lo acerca unos cuantos kilómetros. Más tarde consigue treparse a un tren en marcha. Y por fin llega a la ansiada frontera.

Pero en el largo caminar, pierde todo ánimo para luchar. Y en una noche de intenso frío, vistiendo sólo un par de pantalones cortos, una delgada camisa kaki, y sus zapatos viejos, pone fin a sus días.

El era uno de los muchos que viven abandonados. Hay cientos de miles como él. A unos los ha vencido el licor. A otros la droga. A otros un divorcio desafortunado. A otros el juego. A otros la bancarrota económica. A otros la miseria de sus propios países, que los impulsa a buscar en otras fronteras el bienestar económico que no hallan en sus propias tierras.

Sin embargo, la verdad es que todo hombre que vive en este mundo -así posea tierras y heredades, así viva en mansiones y palacios, así tenga todo lo que necesita-, si no ha encontrado su albergue espiritual, es como los que viven en la calle. Cuando no se tiene paz, se es un desposeído, un abandonado, un ser, por decirlo así, de la calle.

Solamente se tiene paz cuando se está bien con Dios. Y sólo se está bien con Dios cuando Cristo su Hijo es el Señor y Dueño de nuestra vida. Dios quiere que su verdadero albergue sea el corazón de Dios. Sólo en el centro de la voluntad de Dios hay seguridad. Sólo allí hay paz. Hagamos de Jesucristo el Señor de nuestra vida. En Cristo hay verdadera paz.

 

 

 

FARANDULA
Pochy Familia."Ponle sazón".

 

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