Jueves 1 de octubre de 1998

 








 

 


MENSAJE
Recuerdos que nos conviene olvidar

Hermano Pablo, Costa Mesa, EE.UU
Había una vez un joven a quien, terminada la escuela secundaria, envió su padre a estudiar a un país lejano. El pobre joven acababa de enamorarse de una señorita ingeniosa. Ella, consciente de lo difícil que sería atizar a distancia las brasas de su amor, le dio de recuerdo a su novio, antes de su partida, una foto en la que escribió al dorso: "Esta no es para que al verme me recuerdes, sino para que al recordarme, puedas verme." Lo que ella no contempló es que, durante los largos meses de separación que seguirían, cada vez que ese joven se acordara de ella --con y sin ayuda de la foto-- recordaría no sólo los momentos alegres que habían pasado juntos sino también los tristes. Junto con las memorias agradables surgieron las desagradables. Lamentablemente, él se acordó de sus mentiras, ofensas, regaños, celos y arrebatos. Con el paso del tiempo el fuego se apagó, y nuevos fuegos perdonadores se encendieron en su lugar.

No era justo que el imperfecto joven de esta parábola recordara lo malo junto con lo bueno que tenía su novia, pero era probable por una razón muy sencilla: todos padecemos de la tendencia a recordar no solamente lo que nos conviene recordar sino también lo que nos conviene olvidar. El incomparable Miguel de Cervantes refuerza esta lección en el capítulo 21 de la primera parte de su obra maestra. Una de las tantas veces que Don Quijote le oye a su escudero Sancho Panza quejarse de haber sido el objeto de burla de ciertos maleantes, Don Quijote le recrimina:"Mal cristiano eres, Sancho, porque nunca olvidas la injuria que una vez te han hecho."

Así se vale Cervantes de su personaje principal para recordarnos la novedosa enseñanza de Jesucristo en el Sermón del Monte. Allí Cristo nos aconseja que olvidemos la injuria y amemos al injuriador. Es una idea revolucionaria que a simple vista parece absurda, y que sin embargo da resultado. La han comprobado miles de personas desde ese día en que Cristo la expuso, pero ha habido otras tantas que la han descartado por haberles parecido demasiado dura. Y es que lo es... sin la ayuda de Dios. El es el único que nos puede ayudar a amar hasta ese extremo. Llevó a la práctica su enseñanza cuando perdonó a sus verdugos desde la cruenta cruz en que lo clavaron, y luego ayudó al mártir Esteban a hacer lo mismo cuando lo estaban apedreando. No optemos por el camino fácil; amémonos más bien, como Esteban, de ese amor que Cristo nos ofrece. El no promete librarnos de esos recuerdos dañinos, pero sí promete ayudarnos a derribarlos como fortalezas al darnos poder divino para librar batallas campales contra ellos.

 

 

 

 

 

CULTURA
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