El germen de la depravación se ha extendido con tan inusitada rapidez que los límites otrora delineados con la decencia delicada, confundidos han sido, como especie de un trastocado suplicio general. La dirección original que prodigamos a nuestros hijos en el desarrollo industrioso de sus destrezas actuales y futuras, afianzadas en la puntualidad y urbanidad, pueden tornarlos en hombres y mujeres sobresalientes brillando como astros en el amplio escenario universal. Sentarse a conversar, extendiendo la hora del consejo diario, abrirán canales de excelencias entre la oscuridad que confunde el inestable mundo social. A nuestra juventud le falta esa interacción melosa y atractiva que distingue la jovialidad del alma reposada. En los momentos de abstracción mental pienso que el ingreso económico en el hogar es capital, faltando este ingrediente como máximo exponente, la barca quedará a la deriva expuesta a todas las violencias y vacilaciones de las olas enardecidas.
El joven que triunfa es porque proviene del buen hogar, esta es una realidad objetiva e inmanente. Casi en todas partes, el niño entregado a sí mismo está consagrado al abandono e inmerso en cierto modo en una especie de intriga fatal en los vicios, que lo degrada y corrompe, lo cual devora su conciencia y honradez. El dolor nos arroba cada vez que nos encontramos con esas criaturas en cuyo derredor se han dividido en minúsculas partículas los hilos que en serenidad son los artífices sustentadores de la ecuanimidad familiar.
Es la ruptura de la familia la que causa el desprendimiento de los hijos a los predios indisolubles del error. Las crudas manifestaciones del sacrificio no son importantes, lo fácil produce óptimas ganancias en ciclos de espirales ascendentes. Para siempre no podemos ser los habitantes de la solitaria isla rodeada de abismos, donde jamás llegará la luz llena de fulgores de un sol de redención. El desconcierto del templo sagrado, el amor perdido, los buenos hábitos lanzados a favor del viento, las bajezas enseñoreadas pidiendo justicia, los padres en deserción. ¡Diabólico espectáculo!