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Sin embargo, me dejo seducir por el delito

Redacción | Crítica en Línea

Es cierto, la vida es dura. Todo está subiendo, los salarios no alcanzan y nadie parece hacer nada por resolverlo. Es por eso que -mientras las cosas sigan duras- uno tiene que resolverse a sí mismo.

Es en las circunstancias más desesperadas que podemos llegar a caer en actividades que prometen dinero fácil. Hablamos del narcotráfico, de que nos encomienden a guardar droga y luego entregarla a una tercera persona.

Estas actividades, a las que muchos panameños humildes se dejan arrastrar. El dinero que puede percibirse con esto vuelve loco a cualquiera. Y mientras más plata tenemos, más lagartos nos volvemos.

El problema es que el riesgo en el que nos ponemos al ser peones de la droga resulta ser mucho mayor que lo que valgan unos dólares, ya sea un puñado, un fajo o un maletín lleno de verdes.

Apenas entramos en contacto con la mercancía, no vivimos tranquilos. Miramos siempre para todos lados, sospechando de quienes tenemos alrededor. No sabemos si nos están vigilando, si saben lo que estamos haciendo, o si nuestra familia sospecha por qué nos comportamos nerviosamente y con sigilo constante.

Y como si ser descubiertos por la policía no fuera suficientemente estresante, nos ponemos en la mira de los tumbadores de droga. Esos sí que no se andan con cuentos para meternos un tiro a nosotros, nuestra mujer, nuestros hijos y quien sea se les ponga por delante, con tal de quedarse con la droga.

Varios ejemplos de incidentes en que los tumbadores aterrorizan a familias enteras han sido reportados por este y otros medios hasta la saciedad. Lo peor es que al ser descubiertos, somos los que siempre quedamos tras las rejas. Los peces gordos, los que nos meten en este lío, siguen por ahí buscando a otros desesperados desplatados para continuar con su negocio de muerte.



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