MENSAJE
El diálogo silencioso

Hermano Pablo
Crítica en Línea
Aquel fue un diálogo dramático. Una vida estaba en juego. Fue un diálogo sobrecargado de emoción. Un diálogo en la cornisa de un edificio de Nueva York, a veinte pisos de altura. Fue, sin embargo, un diálogo totalmente silencioso. Lo sostuvo Lillian Pérez, una señorita hispana de diecisiete años de edad, con Nicole Dean, una niña negra, de la misma edad. Nicole había sufrido varios desengaños y, desesperada de la vida, intentaba suicidarse. Como Nicole es sordomuda, Lillian, que practica ese lenguaje, tras dos horas de arduos intentos logró su objetivo. No gritaron en ningún momento. Fue un diálogo de vida o muerte, dramático, serio, pero totalmente silencioso. Y por fin las dos bajaron juntas de la cornisa del edificio, salvas y sanas. Un diálogo, para tener intensidad, no precisa de gritos. Los gritos, más bien, enturbian la comunicación. Si dos personas que quieren dialogar se acaloran, en lugar de razones dan insultos. En lugar de comunicar, cierran la puerta, y lo que se había buscado, se pierde. ¿En dónde se ve más esto? En las comunicaciones entre marido y mujer. Si dialogaran sin esa emoción mórbida que añade el grito, y especialmente sin los golpes físicos que a veces acompañan la emoción, lo cual es imperdonable, se entenderían. El diálogo en paz y en armonía traería el provecho que se busca. Por alguna razón San Pablo recomienda que se elimine toda gritería. Dice él: «Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias» (Efesios 4:31). Todas esas emociones envenenan la comunicación, mientras que las palabras delicadas suavizan toda conversación, y la armonía y el bien surgen de ellas. ¿Cómo hallar calma en medio de la tormenta? En primer lugar, ningún capitán levanta velas cuando ruge la tempestad. Antes de entablar alguna comunicación que pueda ser seria, esperemos que nuestros ánimos estén tranquilos. Ceder, por el bien de la paz y por el amor a nuestro cónyuge, es mil veces más importante y demuestra mayor madurez que salir ganando en algún altercado. Además, un hablar reposado produce mucho mejor efecto. Así es como Dios habla con nosotros. Por cierto, un diálogo con Cristo les da a todos los demás diálogos de nuestra vida el provecho que buscamos. Cristo quiere conversar con nosotros. Aceptemos su invitación. Él nos dará la paz que traerá armonía a todas nuestras relaciones. Recibamos la paz de Dios.
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