Si no hay una diaria conquista y una magia espiritual, la rutina, la monotonía y el desinterés arruinan la más fuerte relación de amor marital entre dos seres que se prometieron amor o decidieron hacer juntos una familia, porque el sí conyugal no es un seguro y porque los besos no son contratos.
Cuando dos seres, hombre y mujer, se juran aquel amor para conformar un hogar, deben considerar que la palabra hogar significa hoguera; y para que las hogueras den luz y calor, siempre tienen que tener fuego ardiente y hay que estar atizándolo y echándole leña para que no se apague ni se extinga como el amor que no se cultiva con delicadeza, cariño, amistad, apoyo, esperanza y fe.
En la familia, la pareja debe aprender a dar sin interés, respetarse sin manipulaciones, brindar confianza y sinceridad, a sonreír y compartir, a perdonar y ser comprensivo. Es la pareja perfecta, el cónyuge que se dedica a alguien con ternura y detalles, con el diálogo y la fidelidad.
El amor en pareja no se hace, sino que se vive, y no es una experiencia fácil en una sociedad de consumo y simplicidad. Para conformar una familia y traer hijos al mundo, se requiere de un don especial que pide amor y conciencia. En el diálogo familiar se exige la sinceridad porque el engaño genera duda, la duda desconfianza y la desconfianza genera malentendidos y violencia. Con respeto hay entendimiento, se necesita también de la tolerancia porque nadie es dueño de la verdad absoluta. El diálogo familiar alumbra y allana el camino al diálogo social. La familia es el pilar de toda sociedad, y la plenitud de ésta depende de la armonía de aquella.