Con ese nombre se conoce popularmente, un hematoma producido tras un golpe dado con un objeto en la frente de un individuo; pero en este caso, el zar de los noventa y nueve, Martinelli, lanzó una expresión que causó chichones a muchos empresarios extranjeros, que han venido a hacer negocios en el patio, muchos de ellos aprovechando la venta de las empresas estatales, víctimas junto al pueblo panameño, de la privatización.
No puede ser, dijo alarmado el empresario, cuyo apellido paterno proviene de Italia, que cada vez que un extranjero viene a Panamá a invertir, lo vamos a exonerar. Y está en lo cierto, dirían los panameños que hacen el supermercado de vez en cuando, porque para prebendas, facilidades y equiparaciones ya estuvo bueno, aunque parezcamos xenófobos, palabrita muy de moda en Europa y que significa odio a los extranjeros.
¿Por qué no exoneramos también a los empresarios panameños que día a día arriesgan sus ahorros y crean puestos de trabajo para los nacionales?, retó el ganadero veragüense a sus colegas del gabinete que votaron en plancha por la resolución que equiparó los privilegios entre las empresas portuarias y produjo una exoneración millonaria a Panama Port Company.
Da la impresión que, después de la equiparación que dejó un sabor amargo a escándalo financiero, una voz ha dicho manos arriba todos y ha empezado a esculcar los bolsillos, debajo de los pupitres, en las cuentas bancarias y hasta en las miradas de quienes aparecen involucrados en el affaire.
Como dijera el señor juez, en el show de Trespatines, que pase el siguiente implicado en este equiparicidio. |