Los políticos panameños parecen haber perdido el respeto. A cada momento se lanzan cuanto epíteto insultativo se les ocurra y sólo falta que se agarren a golpes frente a los medios de comunicación social.
Muchos dan la impresión que no coordinan la lengua con su cerebro y sin ningún sonrojo se disparan comentarios ofensivos, tal si fueran una gracia o una hazaña.
Panamá requiere debates de altura no una periquera de insultos, que a la postre no aportan nada, sólo dibujan la calaña del que lo expresa.
Se pueden tener posiciones políticas contrarias, pero eso no debe llevar a nadie, sea opositor, oficialista, funcionario, sindicalista, gremialista o particular a lanzar ofensas o expresiones desafortunadas que una vez dichas no se pueden recoger.
Los medios tienen que reportar lo que expresen los personajes del país, esa es parte de la labor informativa, pero pobre del país donde casi todos sus dirigentes utilizan el insulto como práctica común para descalificar al adversario.
Una cosa es utilizar expresiones folclóricas en una discusión política, pero otra es tener la ofensa en la punta de la lengua. Ojala los que recurren a esa mala práctica descubran que le hacen más mal que bien a sus causas, cuando utilizan un lenguaje de poca altura en sus intervenciones.