Asistir a misa y toparse con la sorpresa de que ese domingo el sacerdote no va a celebrar la Eucaristía, y que en su lugar lo va a reemplazar un diácono (o un 'delegado de la palabra'), lo llena a uno de cierta frustración. Pero el pasado domingo esa frustración se convirtió en una grata satisfacción, porque aun cuando el 'delegado de la palabra' debe obviar (pasar por alto) algunos ritos, sí le es permitido la homilía (lectura y exposición del correspondiente evangelio).
Ese domingo en particular, créanme, el delegado ¡se lució!, especialmente cuando puso énfasis sobre el desprecio que algunos individuos le dan a Dios, anteponiendo sus intereses personales a los de su familia. Así...
Te paras por la mañana, y sin un saludo de 'buenos días' a ninguno de los miembros de la familia, ni un beso a tu mujer (o a tu marido) ni a tus hijos, y mucho menos un ¡gracias Dios Mío por este nuevo día!, sales despepitado de la casa sin despedirte... Y Dios mirando... Es fin de semana y por puro chiripón escuchas tu celular (imagínense... en una discoteca)... Es tu mujer que te dice que Juan, tu hijo, está enfermo, que convulsiona y que debes ir para la casa. ¡Qué vaina, carajo! (te quejas), pero ni modo... Besitos por aquí, abrazos por allá, un etílico "chao", y te desmandas pa'l "chantin". Y Dios mirando.
No sabes cómo llegaste allí, pero estás frente a San Pedro, y detrás de éste está Dios que SIGUE MIRANDO, esperando, confiado, que tal vez ahora sí te acuerdes de Él para que no tengas que ir a parar a donde van a parar todos los que, como tú, se olvidan de Él. ¡Qué lástima!... si los árboles hablaran, ese con el que te estrellaste, te hubieran prevenido que te ibas a chocar con él, pero lo tuyo no fue más que el precio que tuviste que pagar, ya que por cada vez que le dabas la espalda a los tuyos, sin saberlo le dabas la espalda a Dios. (El libre albedrío, sin embargo, permite estas cosas... de nosotros depende atender o no las miradas que Dios nos lanza).
¡"Au revoir"!