Es edificante y plausible que hayamos vivido desde el nacimiento, hasta muy entrada la juventud, formando parte del conjunto familiar hogareño, donde se fortalecieron nuestros primeros hábitos distinguidos que fundaron en nosotros las dotes de hombres y mujeres de bien. Cualidades tristemente célebres con el correr de los años, maculada por la deserción conciente de algunos padres que prostituyeron el sagrado juramento, hasta que la muerte los separe.
Tenemos que vigilar con exactitud, como el psicólogo social las diferentes reacciones detrás del seguimiento, persiguiendo el riguroso comportamiento del fenómeno que se busca consultar con aprecio en obtención de sus causas y consecuencias.
Desafortunadamente noticias se condensan si nos apegamos a los resultados de las gráficas vigentes de las precisas estadísticas sacando en claro el visible derrumbe de los cimientos que un día les destinaron solidez y consistencia al fortificado emporio de la sociedad. La balanza donde se someten cuidadosamente los fenómenos al diáfano veredicto, concluye con el resultado del decisivo y escudriñador examen, visualizándose escrutadoramente la desconcertante decadencia en espera de la atronadora caída. Caída que hace mucho tiempo empezó a consolidar sus resultados teniendo como primera víctima la pérdida de la responsabilidad en detrimento de los valores sencillos y elementales y de las reglas básicas morales que les brindaron soporte legendario calificando la honorabilidad.
Con el destronamiento de la autoridad tutora, el hogar perdió la joya preciosa que le servía como garantía de los años por venir. La huida inesperada de los padres de hoy, causa la humillación de los padres de mañana.
El conocimiento de esta verdad nos pone en alerta, en poder de la libre investigación, orientadas hacia la búsqueda de opiniones definidas, inspiradas en el desarrollo del espíritu crítico, convergiendo en la veraces conclusiones finales. Y ellas tienen que comparecer a sufrir la triste y terrible requisitoria, donde la cabeza familiar se ha desprendido por voluntad propia al fracaso, no concurriendo nadie en su auxilio a esta hora de las grandes claudicaciones. La tiranía del tiempo ha cobrado el producto de su infanmia.