Era como ver una vieja película de la invasión de Panamá. La gente saqueaba los almacenes y los centros de expendio de comida. Los supermercados estaban llenos de personas, no comprando, sino robando para alimentarse al día siguiente. La policía salió a reprimir a los ciudadanos, quienes desesperados, aprovecharon el caos financiero para hacer demostración de su irrespeto a las autoridades uruguayas.
¿Qué vale lo que diga Jorge Batlle y su retórica de que la economía uruguaya mejorará con el apoyo del Fondo Monetario Internacional (FMI)? Nada... Así, millones de personas pensaban el día que descalabró el que fuera el centro bancario del Cono Sur, el emblema de la productividad y la seriedad de otro proyecto económico, ejemplo de promoción que sugieren los ejecutivos del Banco Mundial.
Igual que la Argentina, las calles de Montevideo perdieron el decoro y el formalismo de la sociedad supuestamente avanzada. Como en Buenos Aires, la gente protesta contra la corrupción política y el entreguismo de los gobernantes a las entidades financieras mundiales. Los "cacerolazos" resonaban frente a los guardias, quienes también se resentían de reprimir a sus propios hermanos.
Los panameños debemos mirarnos en el espejo de Uruguay, pues fue el descalabro de un importante centro financiero regional. Los vaivenes de los cambios bursátiles, la inestabilidad política en Argentina y Brasil, además de las presiones de Estados Unidos contra los grupos sociales, hicieron demostrar cuán frágiles son los proyectos económicos que promueven la globalización.
El cierre de los bancos y las fusiones de empresas fueron el preludio del caos en Uruguay. Como en Montevideo, Panamá vive un trance similar, en donde las sucursales de los bancos desaparecen, se despiden a miles de trabajadores y comienza a correr las especulaciones sobre la clausura de grandes consorcios empresariales, debido a la falta de dinero, de inversiones y de consumo.
En las inmediatas consecuencias, es previsible que toda la región sudamericana, incluso México, El Caribe, Centroamérica y Panamá, lleguen a una etapa de inestabilidad social terrible, en donde los grupos de presión sociales propugnen por el cambio de políticas. Se teme que los frentes anarquistas, tanto de derecha como de izquierda, asuman un rol más grande y terminen por imponerse, generando dictaduras autoritarias o gobiernos populistas.
Se fue al traste esa imagen despectiva de algunos habitantes del Cono Sur, quienes se mofaban del resto de los países latinoamericanos, pues se creían más vinculados a Europa o a Estados Unidos, por su desarrollo y cultura. Ahora, en Buenos Aires y en Montevideo, la gente mendiga por un pedazo de pan y ya no hay plata para pagar la cuenta de Internet.
Culpables. Sólo hay uno: El FMI, con su política arrogante de imponer sistemas políticos y económicos que entreguen los recursos de un país a las manos de los especuladores de Wall Street. Ahora viene el turno de Brasil y Panamá no tardará en caer en la misma recesión económica. |