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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
El Ordeñador

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Santos Herrera

Nadie pudo nunca explicarme con exactitud, cómo llegó undía al pueblo el autor de Incidente de Cumbia. Sospecho que fueron los vientos de la política los que emparrandaron al poeta Demetrio Korsi con gente festiva como Dionisio Corro y otros. Nos cuentan que esos encuentros terminaban en una dionisíaca jarana, donde se desbordaba el whisky que corría por debajo de las mesas; donde sabrosas presas de lechona chispeantes, retozaban en humeantes calderos, donde limpios chistes saltaban en carcajadas de boca en boca y donde cantaban cálidas décimas.

Una noche de parranda en el pueblo, cuando el vate apenas había caído en las redes de Morfeo, despertó asombrado por peculiares ruidos. Fue tanta su confusión, al escuchar al unísono cascos de caballo, el angustioso traqueteo de las ruedas de las carretas con sus bueyes, choques de garrafones que llevó hasta pensar que el mundo se estaba acabando. Al enterarse que semejante bullicio era provocado por los ordeñadores que en la madrugada se alistaban para ir a los corrales, su mente de poeta le hizo pensar que todos esos rítmicos movimientos daban la impresión de estar escuchando una sinfonía, que los hombres laboriosos del pueblo, le ofrecían al trabajo y a la vida.

El ordeñador de oficio no necesita reloj y mucho menos despertador para levantarse a la hora exacta, ya que él madruga con el canto de los gallos, que en sus vigilias tienen diferentes torrentes para determinada hora. Se necesita un temple de hombre probado para ser ordeñador. Su trabajo le exige renunciar a las mejores horas del sueño reparador. Las tormentas de agosto, los lloriqueos de octubre, ni las silampas de enero, jamás logran amainar su voluntad. Todos los días del año llega al corral por caminos de agua y lodazales, cortando las lluvias y los vientos. Las madrugadas sirven de escenario para que el ordeñador salude con saloma y sudor a las auroras con su cargamento de neblinas y rocíos. El corral es el templo en el cual venera a la Diosa Naturaleza, que diariamente hace el milagro de transformar simples hierbas en el más completo de los alimentos que da salud y fuerza a hombres y mujeres, en especial, a niños y ancianos. La vaca bondadosa muge de alegría en los amaneceres cuando olfatea en la distancia al ordeñador, que llega con sus baldes repletos de amor hacia las nobles bestias, que entre silbidos y cantos son identificadas con poéticos nombres, que el animal entiende y en agradecimiento al cariño del ordeñador, sobrepasa el recipiente con blanca espuma. Por la naturaleza de su trabajo, los ordeñadores tienen fuertes y callosas manos. Por eso cuando la ofrecen a un amigo, lo hacen con tanta sinceridad, que en ese apretón entregan la bondad de su corazón, y una amistad permanente.

Consideramos que el pueblo ha logrado más desarrollo que otros vecinos, porque mientras nuetros hombres madrugan para ordeñar, a esa misma hora llegan los otros de bailar y de tocar en un conjunto.

 

 

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