Hacia tiempo que el Teatro Nacional no recibía tanto publico deseoso de ver buenos bailarines y un espectáculo, que apoyado en la plástica de la proyección folclórica dejara asomar la esencia de lo que somos como panameños.
Eso lo logró el maestro Edmundo de la Cruz con su Gala Folclórica que no dejó nada por fuera.
La revista folclórica, que inició con una magistral muestra de los bailes Congos, cabe destacar que de acuerdo a mi parecer ha sido esta hombre el principal responsable de que esta expresión tenga la relevancia que hoy posee.
De allí se desencadenó un mostrario de bailes y danzas de todo el país, que no paraban de emocionar a quienes estuvimos allí.
Lo más valioso de la noche fue ver como experimentados bailarines a paso firme, cosa que sólo da la experiencia, llenaban cada espacio de nuestra primera casa de la cultura.
Entre uno y otro cuadro, vale destacar la espectacularidad de los diablos Espejos de Portobelo que hipnotizaron a los presentes en medio de luces ténues y movimientos misteriosos.
Bailes chiricanos, Manitos de Ocú, bailes de la costa, y del Darien y los infaltables cuadros santeños fueron el contenido de este recorrido danzario panameño.
Al final su gestor, Edmundo de la Cruz, quien confesó que por cuatro años había pospuesto esta alegría a los seguidores del folclore por no tener cómo realizarlo, recibió el aplauso del teatro en pie, tal vez su única recompensa después de meses de ajetreo y sinsabores.
Y es que quienes trabajan por el folclore para ofrecer maravillas, como las de esta gala, poco reciben al final, sólo la satisfacción de haber cumplido con con el placer de ver realizado sus esfuerzos.