Existen ciudades en mi memoria, que las mimo como si fuesen mujeres preñadas. Bogotá, Lima, Valledupar, Washington, Osaka y Panamá. He redoblado mis caricias con las que más quiero porque están a punto de sufrir su primer aborto artificial, obligada por increíbles ineptitudes administrativas, que la subyugan. Y, aunque el aborto está penalizado, recuerdo tres causales específicas para que la ley permita desechar un embarazo como el que sufre nuestra ciudad: violación, malformación del feto o riesgo de salud de la mamá.
La muy noble y leal ha sido violada por segunda vez en cuatro siglos dándose un supuesto engendro gringo que la somete. Muchos maldicen a esa pesada criatura que mantiene en riesgo la salud de la capital más bella que existe entre Puerto Tejada, Colombia y Sacramento, California.
Pero, ¿quiénes atenderán a la joven capital que sufre terribles dolores pélvicos que la están matando por la necesidad de expulsar al feto campeón mundial de la incapacidad? ¿El presidente del Panameñismo? ¿El Gobierno Central? ¿Una comisión de expertos clandestinos? ... O, sencillamente, la abandonamos a que cometa una locura en su desvarío? Yo apostaría a lo tercero porque pareciera no importar que el partido se hunda con este lastre y por otro lado este brioso gobierno ha demostrado ser un niño de teta a la hora de tramoyas y morcillazos y se corre el peligro que en vez de ponerle Chan le pongan Juana. Muchos ciudadanos sueñan que un grupo de lagartos antediluvianos de la sub especie abogadil, gestionará el curetaje legal que se necesita para sacar semejante batracio de la política, que muchos atisban podría convertirse en un mal crónico provocador de daños irreversibles, como viveros de moscas jamás soñados por "guiness".
Y, es que esta ciudad hermosa, reina de los baratillos y del ¿cuánto cuesta? y ¿por qué tan caro? sabe que sus derechos como el de sus mujeres no se suspenden durante los embarazos (malos o buenos). La capital es libre y dueña de su cuerpo, no importa que la haya violado un gordo pirata como Morgan u otro, ahora abismalmente, más ventrudo, pero igual de dañino por su brutal inepcia infantil.