La libertad no consiste en hacer lo que se quiere, sino en hacer lo que se debe. Esta insigne frase no la aplicó en su vida el joven H.C. Castaño, quien a pesar de contar con 20 años, ahora está pagando una pena por un error en su vida por estar involucrado en el mundo de las drogas.
Castaño pertenece a una familia de clase media, pero creció con poca atención de sus padres, por sus compromiso laborales y sociales, y así desde los 14 años incursionó en el mundo de la drogadicción.
Después de involucrarse en innumerables casos, H.C., fue atrapado en un asalto a mano armada, por el cual lo condenaron a siete años de cárcel y desde entonces permanece en un centro penitenciario del país, en el cual ha aprendido a sobrevivir el calvario de una prisión.
No ha perdido el apoyo de su familia, a pesar del mal que les ha ocasionado. Por ello, ahora que está entre barrotes anhela su libertad para hacer lo que debe, rehabilitarse y estar junto a su familia. ¿Pero puede una persona salir del mundo delictivo o es la cárcel el mejor escenario para la reinserción de un joven delincuente’.
Esta fue la pregunta que le efectuamos a la psicológa Jennifer Jurado, quien manifestó que la cárcel, como solución a la delincuencia juvenil, es un camino fácil que desplaza la criminalidad hasta que el delincuente salga en libertad. Esto se debe a que la encarcelación no rehabilita a nadie.
Muchos piensan que el privarle de la libertad a un adicto encarcelándolo le ayuda a ¨romper con el vicio¨, a reconocer su adicción, y a dejar de utilizar drogas para evitar futuras encarcelaciones. Nada más lejos de la realidad.
Lo primero, señala la especialista, el romper con el vicio no se logra debido a que la desintoxicación del cuerpo; es sólo un primer paso de un camino de muchas leguas.
El drogadicto reconoce su adicción, pero necesita desarrollar voluntad para no continuar con el uso o abuso de la sustancia. Por último, la táctica del miedo a la encarcelación no tiene efecto, debido a que en la experiencia carcelaria se aprende el odio, la marginación, y nuevas conductas criminales logrando que el preso se desensibilice.
La reincidencia a las instituciones penales sugiere que muchos encuentran en ella un hogar por el sentido de pertenencia y aceptación que no alcanzan en la sociedad libre.
Las cárceles con su modelo de educación tradicional, tiene como fin el de quebrantar la voluntad y reprimir cualquier agente nocivo para transformarlo en un ser dócil y obediente; actuando de forma violenta y repitiendo el ciclo de violencia de donde nacen.
Mientras las cárceles de nuestro país, no integren medidas de tratamiento y rehabilitación, lo que estaremos logrando es graduarlo como adulto criminal.
El adolescente internado debe alejarse de lo tradicional: la corrección impersonal, las rutinas, lo enajenante del anonimato. La integración a la vida familiar y la inserción social para la habilitación psicosocial a la comunidad, se logra con la educación responsable a las características y necesidades individuales del joven delincuente.
Las reformas que han masificado los servicios de salud mental y salud correccional se han deshumanizado, perdiendo así la capacidad para sanar, dice la licenciada Jurado.
Por lo tanto hay que crear un medio ambiente que permita la rehabilitación de nuestros jóvenes: que puedan recuperar su autoestima, amor personal y una personalidad sana, para que chicos como H.C se reintegren a la sociedad.
