"Te espero a las 3: 00 de la tarde en la casa, a esa hora ya debo de estar allí", aseguró la señora Maritza, quien desde hace siete años tiene a su hijo mayor preso.
Cada miércoles, la señora Mari, como cariñosamente la llaman, se levanta a las 3: 30 de la madrugada, ya que vive en Cerro Batea, para ir hasta el Centro Penitenciario La Joya a visitar a su primogénito.
La hora acordada para la entrevista había pasado, y la señora Mari no llegaba. Su hija menor, medio apenada, dijo a Crítica que hay visitas en las que ve a su hijo muy triste y esto la pone tan mal que se sienta a llorar en algún lugar, ya que si llega a la casa y llora la regañan: lo hacen porque se le sube la presión.
NO SOPORTA EL DOLOR
Faltaban diez minutos para las cinco de la tarde, cuando una mujer delgada y rostro hinchado, como quien lleva horas llorando, entró a la casa. "Ay mami, se me olvidó que me estabas esperando; se me fue el tiempo", manifestó.
"Mamá, como dejaste a Chavo", preguntó la hermana menor.. "Tenía la mano vendada; no me quiso decir que le pasó, pero creo que participó en una pelea. Tenía algo raro en su mirada, y yo tengo miedo de que lo maten", dijo la señora.
Tratando de ocultar sus lágrimas, comentó: "Chavo dijo que el hermano del tipo que había matado ahora está preso en el pabellón de al lado; a lo mejor, fue él quien lo agredió. Hablé con el abogado para ver si lo cambian de cárcel o lo ponen en la máxima, pero él me dijo que eso estaba duro".
"Ay niña, tú ni te imaginas lo que es tener a tu hijo preso: te levantas y no sabes si comió o si está bien. Mira, desde hace un par de años, le detectaron problemas con los nervios y a mí me da mucho miedo".
En esos momentos, entró una llamada, al parecer, era otra de sus hijas que la llamaba para preguntarle por el hermano. Según cuentan, tiene tres hijos y son muy unidos; él es el único varón y ellas lo quieren mucho. Casi nunca la pueden acompañar a la visita, porque una trabaja y la otra cuida a su sobrinito.
Luego de segundos hablando por teléfono, la señora rompió en llanto. "Ya no aguanto, creo que me voy a morir. Cada día, es más insoportable el dolor", gritaba Mari.
Su hija menor confesó a Crítica que hace un mes su madre había estado hospitalizada con la presión alta, no solo eso, sino que no quiere come. En las noches, se la pasa llorando. Muchas veces, su hermano no le cuenta nada a la madre para que no se altere; él llama a las hermanas y ellas le arreglan el problema.
"Mi hermano mató a un muchacho hace siete años; ellos tenían un problema. Primero, el muerto le dio bala y, luego, mi hermano lo mató. No te voy a decir que mi hermano es un santo, pero de todas formas uno sufre; somos su familia, y haga lo que haga, lo amamos y sufrimos con él", aseguró.
ODISEA DEL VISITANTE
¿Y cómo son las visitas?, la cuestionamos. "Me levanto en la madrugada para cocinar, casi siempre trato de llevarle la comida que le gusta, con mariscos.
Por el tiempo que lleva preso, conozco a muchos de sus amigos que no tienen quien los visite, así que también le llevó a ellos.
Ah, tengo que cumplir con todas las reglas que me imponen, ya que si no, me dejan la comida de mi hijo afuera. Me llena de tristeza cuando me revuelven la comida para ver si adentro llevó algo. Ellos creen que él es un perro.
Para llegar hasta la Joya, debo hacer varios trasbordos, y formar tremenda fila. Antes de entrar, te revisan hasta las orejas. No me quejo porque sé que hay familiares que se prestan para mucho", contaba la madre angustiada.
Aseguró que, al principio cuando no conoces las reglas del lugar o no te acostumbras, a la hora de la visita es lo más difícil y mucho más si nunca has pisado alguna cárcel.
"Con decirte que alquilan hasta suéteres. Yo me pregunto cómo hacen los presos que no los visitan, si cuando yo llego no me quiero alejar de mi hijo. Casi nunca falto a una visita; tengo mucho miedo de que un día en las noticias digan que a mi hijo me lo mataron o fue herido en una reyerta; sufro mucho", finalizó.