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El colmo del contratiempo

Hermano Pablo | Reverendo

El danés Mickael Rasmussen tuvo una actuación inolvidable en el Tour de Francia 2005. Lamentablemente, fue inolvidable tanto en sentido negativo como positivo. Desde el principio de las etapas montañosas, mostró sus grandes cualidades de escalador, sorprendiendo a muchos. A lo largo de la carrera acumuló tantos puntos en los premios de montaña que vistió el jersey rojo y blanco a lunares la mayor parte del tiempo, y se adjudicó, merecidamente, el título de Rey de la Montaña. Ganó la etapa 9, y terminó en el 7º lugar en la clasificación general.

Pero fue igualmente inolvidable la actuación de Rasmussen en la última etapa contrarreloj, la penúltima del Tour. El reto que el danés tenía por delante era claro: tenía que correr con tal dominio del tiempo que el alemán Jan Ullrich no le arrebatara el 3º lugar al que había ascendido y en el que se había mantenido a base de tanto esfuerzo.

Al emprender la marcha, Rasmussen tenía 2 minutos y 12 segundos de ventaja sobre Ullrich. Pero cuanto más se esforzaba por medir con precisión el paso contrarreloj, más se convencía de que el cronómetro no habría de ser su amigo aquel día. Esos 55 kilómetros y medio de recorrido se convirtieron para él en una pesadilla de la que no podía despertarse. Sufrió un contratiempo tras otro mientras el mundo, sin poder creer lo que estaba viendo, lo seguía paso a paso por televisión. El diminuto danés se cayó, no una sola vez sino dos veces, y por si eso fuera poco, cambió de bicicleta tres veces en total, pensando cada vez que el cambio lo ayudaría a recuperar el tiempo perdido. Cuando por fin llegó a la meta, había descendido del 3º lugar al 7º en la clasificación general.

¿Quién no ha de identificarse con el pobre Rasmussen? Todos tenemos días que quisiéramos borrar de la memoria... días llenos de contrariedades y percances en los que luchamos en vano contra la presión del tiempo... días en que no hay nada que nos salga bien. Más vale que, cuando volvamos a tener uno de esos días, recordemos que Jesucristo mismo nos advierte que «los tropiezos son inevitables». Pues la prueba de nuestra fe produce constancia y es la constancia la que lleva a feliz término la obra. ¿Acaso no hay centenares de ciclistas alrededor del mundo que darían cualquier cosa por clasificar en el séptimo puesto en un Tour de Francia?



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