MENSAJE
Con el corazón cambiado

Hermano Pablo
Colaboración
El dilema se presentó de improviso y, así como todos los dilemas, ofrecía sólo dos opciones. Si se tomaba una, de plano sse eliminaba la otra. Una enfermera había sacado sangre de un paciente, y no recordaba si era tipo «A» u «O». Era de suma importancia saberlo porque se trataba de un trasplante de corazón. El trasplante se haría si el paciente tenía sangre de tipo «A». Lamentablemente, la sangre del donante era tipo «O». Todo había sido por error de la enfermera. A las pocas horas el paciente receptor estaba a las puertas de la muerte. Hicieron todas las diligencias del caso y lograron salvar al paciente, pero a la enfermera, después de una fuerte reprensión, la despidieron de su trabajo. Este caso nos lleva a varias reflexiones. En primer lugar, ¡qué frágil es la vida humana! Muchas veces depende de alguien que no realiza bien su trabajo. Segundo, cuando un enfermo queda bajo anestesia, deja de ser dueño de sí mismo. Está en manos de personas a quienes les podría importar poco si vive o no. Tercero, ¡qué importante es llevar palpitando en el pecho un corazón adaptado al tipo de la sangre de uno! Este hombre recibió un corazón cuya sangre era incompatible con la suya, y el corazón que recibió no aceptó su sangre. ¿Por qué será que esta vida que llevamos está tan llena de amarguras y desavenencias? Siguiendo el argumento de lo incompatible, ¿será por alguna falta de concordancia entre nuestro comportamiento y lo que Dios requiere de nosotros? ¿Estaremos quebrantando leyes cuya infracción produce derrota? Toda nuestra formación es el resultado de lo que hacemos. Cada uno de nosotros es hoy el resultado de todo lo que hizo ayer, y será mañana el resultado de todo lo que hace hoy. Esa es una verdad rígida e inexorable. Nuestros hechos, que comienzan con nuestros pensamientos, se convierten en hábitos. Éstos se convierten en carácter, que a su vez produce nuestro destino. Por eso es tan importante vivir de acuerdo con las ordenanzas de Dios. Hoy cosechamos el resultado de nuestra vida pasada. Si no nos gusta nuestra vida, debemos tener en cuenta que mientras no cambiemos nuestros hechos, ésta tampoco cambiará. Pero no es necesario que así sea. Desde el momento en que nos sometamos al señorío de Cristo, cambiarán no sólo nuestros hechos sino también toda nuestra vida. Coronémoslo Rey y Señor de nuestra vida hoy mismo.
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