¿Percance
o bendición?

Hermano Pablo
Colaborador
Pronto empezaría
la función de cine: una matinée, con una película
antigua. La gente comenzó a congregarse bajo la marquesina
del cine Bilbao en Madrid. No menos de doscientas personas esperaban
ver la película: «Como caído del cielo».
De pronto se oyó un crujido seguido de una tremenda
explosión, como de diez truenos simultáneos, y
la vieja marquesina del antiguo cine cayó estrepitosamente
sobre el público reunido. Cuando el pánico pasó
y ya habían huido los que pudieron hacerlo, quedaron seis
muertos y ocho heridos bajo los escombros.
¿Quién hubiera imaginado que ese desastre estaba
por ocurrir? Nadie. No hay quien se prepare para una calamidad.
Estas nos vienen sin anuncio y sin señal. Así es
la vida. Y todos somos víctimas.
La pregunta no es: ¿Tendremos percances en esta vida?
Eso ya se sabe. Más bien, la gran pregunta es: ¿Cómo
hemos de prepararnos para los percances y los accidentes de la
vida? Y ¿cuál ha de ser nuestra actitud ante esas
desventuras?
En primer lugar, reconozcamos que no hay nadie que esté
libre de percances. Y el percance no discrimina. En cierta ocasión
Jesucristo dijo que el Padre «hace que salga el sol sobre
malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mateo
5:45). En ese sentido la vida es justa. A todos nos toca por
igual. Nunca pensemos que somos la única víctima
de los dolores de la vida.
En segundo lugar, tanto lo bueno como lo malo nos puede venir
inesperadamente. No todo en la vida es desastre. No todo es amargura.
No todo es dolor. Hay también alegrías, hay felicidades,
hay dichas y hay encantos.
Cuando maldecimos la desgracia que nos acosa, pero no reconocemos
la buena ventura cuando nos llega, esa actitud parcial y negativa
no nos deja disfrutar del bien en su plenitud. La persona alegre
y feliz es la que sabe agradecer de todo corazón cada
favor que la vida le imparte. Lo malo del percance se disipa
cuando agradecemos lo bueno del favor. El secreto es ser agradecido.
En tercer lugar, Dios desea impartirnos el más grande
de los favores, que es la absoluta seguridad del perdón
de nuestros pecados y la segura esperanza de vida eterna. Y esto
no es producto del azar. Aquí no entra la suerte. Es tan
seguro como lo es el cielo mismo. El que se arrepiente y se humilla
ante Dios su Creador, recibe todo el favor de Dios demostrado
en el Calvario.
Cristo desea ser nuestro Salvador. Démosle entrada
hoy en nuestro corazón.
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