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Martes 11 de julio de 2000



¿Percance o bendición?

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Hermano Pablo
Colaborador

Pronto empezaría la función de cine: una matinée, con una película antigua. La gente comenzó a congregarse bajo la marquesina del cine Bilbao en Madrid. No menos de doscientas personas esperaban ver la película: «Como caído del cielo».

De pronto se oyó un crujido seguido de una tremenda explosión, como de diez truenos simultáneos, y la vieja marquesina del antiguo cine cayó estrepitosamente sobre el público reunido. Cuando el pánico pasó y ya habían huido los que pudieron hacerlo, quedaron seis muertos y ocho heridos bajo los escombros.

¿Quién hubiera imaginado que ese desastre estaba por ocurrir? Nadie. No hay quien se prepare para una calamidad. Estas nos vienen sin anuncio y sin señal. Así es la vida. Y todos somos víctimas.

La pregunta no es: ¿Tendremos percances en esta vida? Eso ya se sabe. Más bien, la gran pregunta es: ¿Cómo hemos de prepararnos para los percances y los accidentes de la vida? Y ¿cuál ha de ser nuestra actitud ante esas desventuras?

En primer lugar, reconozcamos que no hay nadie que esté libre de percances. Y el percance no discrimina. En cierta ocasión Jesucristo dijo que el Padre «hace que salga el sol sobre malos y buenos, y que llueva sobre justos e injustos» (Mateo 5:45). En ese sentido la vida es justa. A todos nos toca por igual. Nunca pensemos que somos la única víctima de los dolores de la vida.

En segundo lugar, tanto lo bueno como lo malo nos puede venir inesperadamente. No todo en la vida es desastre. No todo es amargura. No todo es dolor. Hay también alegrías, hay felicidades, hay dichas y hay encantos.

Cuando maldecimos la desgracia que nos acosa, pero no reconocemos la buena ventura cuando nos llega, esa actitud parcial y negativa no nos deja disfrutar del bien en su plenitud. La persona alegre y feliz es la que sabe agradecer de todo corazón cada favor que la vida le imparte. Lo malo del percance se disipa cuando agradecemos lo bueno del favor. El secreto es ser agradecido.

En tercer lugar, Dios desea impartirnos el más grande de los favores, que es la absoluta seguridad del perdón de nuestros pecados y la segura esperanza de vida eterna. Y esto no es producto del azar. Aquí no entra la suerte. Es tan seguro como lo es el cielo mismo. El que se arrepiente y se humilla ante Dios su Creador, recibe todo el favor de Dios demostrado en el Calvario.

Cristo desea ser nuestro Salvador. Démosle entrada hoy en nuestro corazón.

 

 

 

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