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El valor de las obras de arte

Hermano Pablo | Reverendo

La señora Mary Lake, de Nueva York, tenía en su casa un antiguo cuadro al óleo pintado en Italia. Consultó a un experto en obras de arte, y éste le dijo que era una obra de escaso valor, y que lo vendiera por la cantidad que le ofrecieran.

La señora Lake llamó a un vendedor recomendado por el experto, y le encomendó la subasta del cuadro. En la subasta se vendió por la suma de 325 dólares.

Poco después se descubrió que era un cuadro legítimo pintado por Rafael, así que salió a la venta de nuevo, pero esta vez cotizado en varios millones de dólares. La señora Lake, convencida de que la habían estafado, presentó una demanda contra el experto en obras de arte, contra la empresa que hizo la subasta y contra el cliente que compró el cuadro, acusándolos a todos de asociación ilícita con el fin de despojarla de su cuadro.

Todavía se dan con frecuencia estos incidentes en el mundo del mercado de obras de arte. Por una parte, cuadros que tienen muchísimo valor se venden por unos cuantos pesos, y por otra, pinturas que no son más que imitaciones llegan a valer una fortuna.

Lamentablemente el hombre sufre no sólo de miopía intelectual sino también de miopía espiritual. A las cosas temporales les concede un valor fabuloso, mientras que a las cosas eternas les concede un valor insignificante.

En el mercado de las almas humanas, el gran estafador es también un experto, pero no en las bellas artes sino en las malas artes. Se trata del diablo, que compra a personas, como si carecieran de valor alguno, al bajo precio de promesas engañosas, haciéndoles creer que lo único que tiene valor es esta vida. Con sus artes seductoras logra que millones de personas le vendan el alma por unos cuantos años de diversión y placer.

Ahora bien, lo que tantas de estas víctimas de engaño no saben es que, al igual que la señora Lake, pueden entablar juicio contra su estafador recurriendo a la justicia, pero no a la justicia humana sino a la divina. De hacerlo así, comprenderían que Dios, que nos considera su creación suprema, siendo el más experto de todos, especialmente en nuestra condición humana, cree de todo corazón, a diferencia del diablo, que cada uno de nosotros tiene un valor incalculable. Dios nos valora tanto que envió a su único Hijo Jesucristo al mundo a morir en nuestro lugar a fin de darnos vida abundante y eterna.

Más vale que aceptemos esa oferta que nos hace Cristo. La oferta del diablo, que nos desprecia y nos menosprecia, conduce a la muerte, mientras que la oferta de Cristo, que nos ama y nos valora, conduce a la vida.



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