¡Ay, probrecito!. "No le pegues". "Déjalo que está jugando con la comida". Expresiones como éstas intentan describir a supuestos padres ejemplares, pero la verdad ante Dios no es así.
Según las ordenanzas divinas, todos necesitamos ser disciplinados para poder llevar, ya sea una vida más apegada a Cristo o ser mejores personas.
El ejemplo bíblico más claro está en el libro de Proverbios, capítulo 13, versículo 24: "El que detiene el castigo, a su hijo aborrece; mas el que lo ama, desde temprano lo corrige".
Si uno desea que nuestros hijos sigan buenos ejemplos y si deseamos que tengan una vida transparente, qué mejor ejemplo tenemos que Cristo, pues él en sus enseñanzas nos pide que instruyamos al niño en su camino porque "la necedad está ligada en el corazón del muchacho; mas la vara de corrección la alejará de él" (Proverbios 22:15).
La Biblia habla de azote. Esto no significa maltrato o castigo desmedido. El azote que habla el Señor es una disciplina de amor, donde se castiga no con odio, sino por amor. Así el niño entenderá que no hay que menospreciar la disciplina del Señor porque El, el que ama, disciplina y azota a todo el que recibe por hijo (Hebreos 12: 5, 6).
¿Cómo o cuándo disciplinar a mi hijo? Lo mejor es hacerlo desde muy temprano. Hablamos desde que nace. Si no lo hacemos estaremos malcriando a nuestros bebés. Y recuerden que el niño malcriado avergonzará a su padre y a su madre.
Seamos mejores ciudadanos, disciplinemos con amor. No con odio. |