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Sábado 1 de julio de 2000


EDITORIAL
Irrespeto a los docentes

Mucho revuelo ha causado la agresión física que sufrió una educadora por parte de una madre de familia en una escuela de la localidad, hecho bochornoso que no admite justificación y que ha recibido la censura de toda la sociedad.

Estos incidentes que se están dando con cierta frecuencia en las escuelas, debe motivar a que el Ministerio de Educación y el Ministerio de la Familia le den prioritaria atención porque se trata del deterioro creciente de la conducta del personal educando, a veces promovida por el personal docente.

Otrora, el maestro era símbolo de respeto y dejaba huellas en toda una generación. Lamentablemente, la situación hoy es distinta porque en muchas ocasiones los maestros tratan de hacer causa común con los estudiantes y se avanza por una peligrosa pendiente que lleva hasta el irrespeto al docente.

Educadores que tratan de imitar a los estudiantes en las últimas modas acicalándose en sus peinados y el vestir de manera poco convencional, ignorando el ridículo al que se ven expuestos, otras veces son compañeros de parranda, incluso para libar licor, por lo que pierden autoridad moral a la hora de aplicar la disciplina que tanto se necesita en los colegios públicos y privados.

No justificamos, ni aprobamos la violencia escolar, pero las autoridades educativas tienen que dejar de ser flexibles en las sanciones. Aunque el caso que nos ocupa debió deslindarse en una corregiduría para después someterlo al criterio del Ministerio de Educación, hay que detener estos actos que en nada contribuyen al desarrollo del sector educativo. Gran culpa la tiene la antojadiza implementación del Código de la Familia que es como una espada de Damocles que pende sobre el educador, el estudiante y el padre de familia. Según este reglamento, el alumno se ampara bajo este código para "chantajear" a los maestros y evitar ser sancionados cuando cometen infracciones. Incluso hay acudientes insensatos que sin reflexionar siquiera se toman la justicia por sus propias manos en atención a una sanción impuesta por el docente.

En este asunto, hay culpabilidad por los tres lados: el Ministerio de Educación, por ser tan flexible; los educadores, porque no se respetan, ni se hacen respetar y los padres de familia, que actúan impulsivamente con una falsa solidaridad con sus acudidos. Toda la sociedad educativa tiene una gran responsabilidad para que el sistema vuelva a ser eficiente y el orgullo de toda una generación que se desarrolla en las aulas escolares. El cambio de actitud y el desarrollo de una mística superior debe ser el norte para encausar los valores éticos y morales que se están perdiendo. Todos tenemos el compromiso de fortalecer esa instrucción a la que hacemos referencia y que se proyectará en la cultura de nuestro pueblo.

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