Evelyn Andino, de 39 años, es una hondureña, madre de familia, que tiene dos años, y cinco meses de no poder ver a sus tres hijos, desde que cayó detenida por posesión de drogas, en Chiriquí.
El amanecer en la cárcel es un día más o un día menos para Evelyn. Ella una de las nueve reclusas extranjeras que está en el Centro Femenino de Rehabilitación de los Algarrobos.
El huracán Mitch, en su paso por Honduras en octubre de 1998, arrasó con barrios enteros al desbordarse el río Choluteca y no sólo se llevó la vida de sus padres y de dos hermanos sino que también la casa donde creció Evelyn.
Sólo se salvó ella y su hermano Carlos Moncada que tenía 10 años en ese momento. Es el único familiar que tiene, andaban comprando víveres cuando ocurrió este siniestro que los dejó sin nada y acabó con su familia. En Comayagüela tenían todas las comodidades para vivir.
Doña Isabel, la mujer que crió a su madre, los recogió en su hogar, porque como damnificados no tenían para donde ir y el Gobierno de su país no los reubicó en ningún lugar. Regresaron a vivir a orillas del río, nuevamente en la colonia Monterrey Norte, donde tienen una casa de madera.
La pobreza comenzó a tocar las puertas de Evelyn. Su esposo viajó a los Estados Unidos para buscar una mejor vida, pero los abandonó y por allá se casó y conformó una nueva familia. Ella volvió a hacer el trabajo de su padre que era la venta de ropa para sobrevivir.
Las puertas del narcotráfico tocaron las puertas de su vida y en ese momento le hicieron una propuesta para que se ganara dos mil 500 dólares, sumado a que le iban a dar la mercancía que necesitaba para vender en Honduras. Le entregaron un vehículo para que viajara a Panamá y, a cambio, tenía que llevar tres paquetes de cocaína.
Cuando los descubrieron en Guabalá llevaba 34 paquetes de cocaína en un doble fondo del vehículo. El conductor era Don Carlos, un amigo de ellos en Honduras quien desconocía a qué venían a Panamá; él también fue condenado y de igual forma está en prisión purgando, pero pagando una injusta pena en la Cárcel Pública de David.
La rutina y el pensamiento de cómo estarán sus hijos en Honduras, la ha obligado a hacer todo el esfuerzo posible para que el consulado de Honduras o la embajada de este país en Panamá agilice los trámites de una repatriación.
Arrepentida y con los ojos rojizos, esta mujer hondureña dice que la cárcel lejos de su país es una verdadera pesadilla. No sabe si el día que transcurre es uno más en este sitio o uno menos en su condena.