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Jueves 29 de junio de 2000



La generosidad y la gratitud

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Hermano Pablo
Colaborador

Nació y se crió en la pobreza. Sus padres eran esforzados trabajadores, y le inculcaron virtudes como gratitud, respeto, cortesía y honor. También le legaron conceptos de vida como generosidad e integridad, y esmero en el estudio y el trabajo. Vivió todos sus días en su país natal, Suecia, y murió a los ochenta y cinco años de edad.

¿Quién era esta persona? Era Holger Nisson, que a una temprana edad puso en práctica los valores heredados de sus padres.

Consiguió trabajo en una cervecería y, debido a su integridad y dedicación, con el paso de los años llegó a ser socio de la empresa y posteriormente dueño absoluto. Fue frugal, fue ahorrativo y fue ordenado. Y al morir, dejó una respetable fortuna de tres millones de dólares.

¿Cómo distribuyó Holger Nisson su fortuna? La dejó toda a los 300 habitantes de su pequeña aldea, Kracklinge. Cada habitante, entre los dieciocho y sesenta y cinco años de edad, recibió diez mil dólares. "Dios dejó una herencia para todos -expresó Nisson en su testamento-. Yo también deseo dejar la mía para todos."

Entre todas las virtudes que el ser humano puede tener, las que más satisfacción producen son la generosidad y la gratitud. La persona que es agradecida sabe recrearse con el sol de la mañana, sabe apreciar los favores del día y sabe disfrutar del descanso en la noche. Ésta es la que vive en armonía con todos.

Y la persona que agradece cada favor que se le hace es también una persona que sabe dar. Ya sea que tenga mucho o poco, el dar es, para ella, su mayor satisfacción. Ésta es la persona que le ha encontrado el verdadero sentido a la vida.

Quizá sea así porque fue Dios quien le enseñó al hombre estas virtudes. El pasaje de la Biblia que más se cita trata sobre este gran don de Dios: "Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna" (Juan 3:16).

A todos nos conviene adoptar como práctica diaria estas dos magnas virtudes: el dar y el agradecer. Son dos virtudes que vienen de Dios. Fue Él quien nos enseñó a dar, entregando en sacrificio vivo a su propio Hijo. A nosotros nos toca, ahora, corresponder dándole nuestra vida.

Comencemos hoy mismo a expresar nuestra gratitud. En profundo agradecimiento digamos: "Gracias, Señor, por darnos tu Hijo. Te entrego todo mi corazón, toda mi voluntad y todo mi ser.

 

 

 

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