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A ORILLAS DEL RIO LA VILLA
Manuel y Dora

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Santos Herrera

Un día llegaron al pueblo Manuel y Dora. El había marchado a Europa en busca de conocimientos y allá lejos sintió "cabanga" por los recuerdos de la Patria profunda.

Tal vez en la soledad de las madrugadas parisienses, escuchaba el canto de Benjamín (Min) Domínguez, acompañado de Román Aizprúa, en la bocona, o cuando recordaba la campesina saloma de Bernardo Cigarruista. Quizás su corazón se afligía al evocar viejas tonadas de tambor que recogían las alegrías y penas de su lejano pueblo. También sentiría correr por sus ojos, melancólicas lágrimas al acordarse de las melodiosas notas del violín de Francisco (Chico Purio) Ramírez, cuando con manos de hombre de campo, desgranaba con la habilidad propia de un maestro, las sentidas "Florecitas del Camino", o del quejumbroso bajo del acordeón de Gelo Córdoba cuando interpretaba "Canajagua Azul". Angustiosos tuvieron que ser los momentos cuando en tierra extraña, su memoria se poblaba de la saloma que bajo la luz mortecina de la tarde, se regaba por la campiña como un adolorido grito. También añoró, sin lugar a dudas, a los improvisadores y a los poetas analfabetas que cantaban sus composiciones. Fueron estas cosas sencillas del pueblo (máximo creador de los auténticos valores que fortalecen a la Patria), los que motivaron a Manuel empuñar la bandera folclorista.

Con sus investigaciones y sacrificios, ayudó a forjar nuestra identidad de nación con un rico patrimonio que nos identifica y que hasta ahora ha resistido influencias extranjerizantes contrarias a nuestro ser panameño. Ella, Dora, fue su abnegada y leal compañera, que juntos descubrieron en los pueblos, recorriendo todos los caminos de la Patria; esos valiosos tesoros, que guardan por generaciones en los baúles de las tradiciones, costumbres, creencias, leyendas, cuentos, cantos, bailes, poesía; en fin, ese cúmulo de elementos que constituyen el folclor nacional. En la brega murió Manuel, y Dora al son de la mejoranera e inspirada en los recuerdos de su esposo, continúa en la faena patriótica de hacer resaltar lo nuestro. Ahí está firme, siempre digna, tirando en el motete del tiempo, los años que no le amilana su espíritu, ya que siempre está alerta en defensa de los legítimos y verdaderos valores populares.

El pueblo debe identificarse plenamente con los postulados y principios de Dora, quien en ningún momento ha cedido un ápice en su posición de mantener siempre nuestro folclor limpio de impurezas e improvisaciones. Jamás ha aceptado la comercialización del acervo cultural del pueblo. Por ello, condena sin piedad a los que no respetan la originalidad de nuestros vestidos, cantos, bailes y costumbres autóctonas. Ella se ha convertido en celosa guardiana, que con arraigada mística folclorista, defiende lo auténticamente panameño. Es una mujer inclaudicable, que ha conocido a través del estudio, la fuerza de nuestros valores culturales, por lo que no acepta ninguna alteración.

 

 

 

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