Durante el pasado fin de semana, tuvimos la oportunidad de ver, en una maratón a través de la señal de TVN Canal 2, la serie completa titulada El Cartel de los Sapos.
El documento televisivo, presentado con argumento, protagonistas y antagonistas, nos permitió reafirmar esa idea de que quien negocie con los "narcos", firma su sentencia de muerte.
El concepto fue bien logrado, los actores resultaron convincentes y a través de la trama se confirma que esta actividad ilícita tan solo reporta a la sociedad un cúmulo de atrasos, inestabilidad, violencia, asesinatos y una severa carcoma de las bases sobre las que está fundamentada la familia y la sociedad colombiana; por qué no preguntarnos si un tanto igual ocurre con la panameña.
Lo más preocupante es tener conciencia de que lo visto en ese programa ya casi forma parte del diario vivir en Panamá y no se vislumbra una solución que revierta la cultura del dinero fácil y la corrupción que permite que grandes sumas de dinero sean introducidas en el país.
Las mafias de la nación del sur, a diferencia de las italianas, no tienen ningún tipo de creencia y por eso su supervivencia depende de la violencia más que de los vínculos personales. Para los italianos es de suma importancia la familia y el respeto por ciertos vínculos.
El germen de la destrucción se encuentra dentro de estas organizaciones al margen de la ley. En Panamá hemos sido testigos de que una creciente ola de ajusticiamientos se ha convertido en parte de lo cotidiano.
También hemos podido apreciar cómo el Gobierno del presidente colombiano Álvaro Uribe ha emprendido una lucha frontal contra las organizaciones criminales y la impunidad en todos los niveles, incluyendo el aparato gubernamental.
Nos ha quedado demostrado que esto no es asunto de un solo país. Se hace necesaria una cooperación internacional, con Estados Unidos a la vanguardia de la lucha contra este flagelo, ya que cuenta con los recursos necesarios para hacerlo. Lo lamentable es que mientras Colombia se sanea, Panamá recibe la basura.