"Déjame seguir fumando mi vaina". "No te metas en mi vida". "No me jodas, ¡coño...!", así le responden los amigos y familiares a los que les aprecian y les piden que dejen el vicio a un lado, pero esta gente no le importa ni con ellos ni con sus hijos.
Todos coincidimos en que es difícil salir de la cárcel. Esa prisión que los ha mantenido cautivo por años detrás de un cigarrillo o un vaso con licor.
Si es cigarrillo o alcohol, usted debe reflexionar sobre la conducta a seguir. Los especialistas en tratar las adiciones no creen en el abandono paulatino de los cigarrillos, los narcóticos o el alcohol. Con estas cosas hay que romper de forma total. Ello significa que debes romper con todo lo que pueda tentarte.
Comenta un ex adicto que en su caso, cuando encontró a Jesús, derramó una botella de licor de gran precio. Ese momento fue decisivo para ese chico: no bebió más nunca en su vida.
Esta persona está convencida que, tal como le ocurrió a él, puede hacerlo otro ser humano y agrega: "Ella o él deben decir: "Pues bien, esta fue la última vez. Se acabó". Y de ese momento en adelante, pídale a Dios que le ayude.
Si usted es adicto, debe confesar que has estado haciendo algo que consideras perjudicial, y que has estado profanando el templo de Dios. Debes decirle a Dios que deseas y necesitas su perdón y salvación. Debes renunciar a tu hábito y expulsar de tu cuerpo el espíritu del alcohol, los narcóticos o la nicotina. Después de eso, no te reúnas con aquellos que te indujeron a adquirir esos vicios, ni con quienes puedan intentar hacerte volver atrás. Quizás sea difícil, pero es necesario.
Toma alrededor de treinta días adquirir un nuevo hábito. Pasará aproximadamente el mismo lapso de tiempo antes que el cuerpo quede libre de venenos o sustancias químicas que provocan dependencia. Reemplaza aquello que te ha esclavizado con la nueva experiencia de la plenitud del Espíritu.