Esta fiesta, dedicada al cuerpo y la sangre de Cristo, surgió a finales del siglo XIII, en Lieja, Bélgica. Cuenta la historia que nace de un Movimiento Eucarístico cuyo centro fue la Abadía de Cornillón, fundada en 1124 por el Obispo Albero de Lieja.
Este movimiento dio origen a varias costumbres eucarísticas, como por ejemplo la Exposición y Bendición con el Santísimo Sacramento, el uso de las campanillas durante la elevación en la Misa y la fiesta del Corpus Christi.
Fue introducida en toda la Iglesia el 8 de septiembre del año 1264 por el papa Urbano IV, fijándola para el jueves después de la octava de Pentecostés y otorgando muchas indulgencias a todos los fieles que asistieran a la Santa Misa y al oficio.
El desprendimiento y la actitud de compartir
El conocido relato del milagro de Jesús nos adentra en el verdadero sentido comunitario por excelencia de todo seguidor de Jesús, ya que encontramos detrás de tanta simbología del relato lo que Jesús quería transmitir como mensaje central: La instauración del Reino de los cielos en la tierra.
Por tanto, el envío que hace Jesús a los apóstoles de darle de comer a la multitud es el anticipo de que el reino de Dios se tiene que reflejar en servicio concreto a la humanidad.
El milagro de la multiplicación de los panes debe entenderse no como un acto mágico, sino como una intervención del poder y del amor de Dios que genera el desprendimiento y la actitud de compartir, la apertura generosa y solidaria hacia los demás.
Que sea la meditación de la entrega de Jesucristo, por medio de las especies del pan y del vino, la que nos haga ser cada día más sensibles ante el dolor y necesidad de nuestros humanos.