Jamal era un niño palestino, cuyo destino fue enlazado por la violencia. Vivía en Naplusa y, hasta los 12 años era, feliz jugado con sus amigos. Ya adolescente, debió buscar trabajo como obrero en la construcción en el vecino Israel. La vorágine de incidentes entre judíos y árabes en Jerusalén, lo convenció para transformarse de un pacífico muchacho a un militante de HAMAS. Un hermano de él, había perecido en una incursión de tropas israelíes en Cisjordania. El tal Jamal murió hace poco en uno de los contados incidentes de ataques suicidas. Un video lo mostró horas antes de su inmolación. Odio, temor, ira y rabia, lo dominaban. De aquel joven que tenía esperanzas en el futuro, nada quedó, ni sus huesos.
Como vemos, la violencia continúa en Medio Oriente, a pesar de los grandes esfuerzos diplomáticos realizados. Luego de meses de derramamiento de sangre, los palestinos parecen dispuestos a continuar con el levantamiento contra la ocupación israelí en Cisjordania y la Franja de Gaza, una ocupación que consideran injusta y violatoria del derecho internacional. Además, insisten en la presencia de observadores para proteger a los palestinos de los ataques israelíes. Por su parte, Israel impone severas restricciones en los territorios bajo su control, con el objetivo de garantizar la seguridad de sus ciudadanos, afirmando que los palestinos no hacen lo suficiente para frenar la violencia.
En medio de un clima, cada vez más tenso, un informe internacional elaborado por el ex senador estadounidense George Mitchell, exhortó a las partes a que pongan fin a los enfrentamientos. Además, pidió a Israel que evite la construcción de nuevos asentamientos, sugerencia que fue rechazada de inmediato por el primer ministro Ariel Sharon.
Atrapados en ciclos diarios de temor y muerte, unos y otros ya no parecen entender razones diplomáticas. Según el último informe de UNICEF, por lo menos 129 niños -123 de ellos palestinos- han perdido la vida en forma violenta, desde que comenzó la Segunda Intifada en Medio Oriente.
En los últimos años, circunstancias similares han provocado la reacción rápida y enérgica del mundo. Así ocurrió, por ejemplo, en la ex Yugoslavia entre 1994 y 1999. Ahora que se agotaron todos los esfuerzos diplomáticos, muchos analistas internacionales creen conveniente que la comunidad internacional intervenga militarmente en la región, incluyendo presiones económicas a los Estados en conflicto, es decir, Palestina e Israel.
Por nuestra parte, creo necesario que tanto hebreos como palestinos deben buscar alguna forma de mantener una convivencia pacífica, derivada de una vinculación
económico-social. Hay que rescatar el plan de Shimon Péres de un Mercado Común Regional abierto entre Israel y los Países Árabes, además de un proyecto de distribución de agua para las naciones desérticas de la zona. Quizás así la paz regrese por intereses creados, que por razones mezquinas o religiosas.
La tragedia provocada por la violencia extremista ha llegado ahora al límite de la tolerancia. A principios de junio, un suicida estalló una rudimentaria bomba casera en una concurrida discoteca en la playa de Tel Aviv-Jaffa. Unas 19 personas perecieron en el ataque. Quizás, aquel terrorista palestino era otro joven como Jamal, el cual la desesperación y los discursos de gloria divina ante la inmolación en el Jihad (o guerra Santa), lo cegó hasta el punto de inmolarse a sí mismo por una causa nacionalista.
Claro, el líder árabe Yasser Arafat lo mencionó antes: "La independencia de Palestina se funda en la sangre de los niños palestinos inmolados". Sin palabras... |