No es la primera vez que me refiero a este monstruo social que avanza paulatino, vistiendo guiñapos frondíos, peregrinando en la penumbra por la silenciosa selva de la esperanza, y, los arruinados males que afronta no los cura ningún paliativo inventado por la dicción, disertada en los amplios salones de calicanto, saturados de laberintos de gráficos impresionantes, donde retumba la elocuencia, adornada con los amplios mesones, exhibidores de manjares exquisitos, que operan como faena complementaria cerrando la ocasión. Digo todo esto convencido en el error cometido que hemos procurado robustecer a través de los años estribado en la audacia de amagar y no dar.
No aspiro a hacer una tormenta del caso porque este es un tema ampliamente conocido por todos, simplemente no podemos ser un alimento transitorio, codiciado por el pánico caótico de la mente convulsiva.
Es preciso haber sido testigo por largos años del crecimiento deforme experimentado por este gigante con giba que camina renco y piensa minado por el miedo, donde jamás podrá encontrar el momento oportuno para reflexionar con placidez.
Enumeraré los fundamentos básicos sustentadores que a mi modo de pensar frenaría la pervivencia de la amenazadora bestia horrible, enjuiciando los pros y los contras, todos cuando más competitivos y todos de dudosa solvencia efectiva.
La real tenencia de la tierra es un coto que limita el libre desplazamiento del trabajo campestre donde los cerros tienen dueño y los acres fértiles se encuentran cubiertos de pastizales. Impedir los excesos en el precio de la gasolina y de la canasta básica familiar, ruta abierta para dar paso expedito a la miseria escandalosa.
Titulándose las parcelas al campesino, legalizando la propiedad de los terrenos con los aperos de reglamentos, impediríamos el éxodo del orejano hacia la capital que tanto daños causan a la economía de la república. Mejorar la educación rural, convirtiéndolos en entes aptos, en independencia de la eterna dependencia que ha sufrido tanto. El hombre educado sabe defender sus derechos, el ignorante es presa fácil de las tratas amañadas, armadas por los oportunistas de oficio. Hay que buscar la fórmula para hollar el fenómeno, de lo contrario, perecemos liquidados por él.