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  OPINION

TEMAS DE ACTUALIDAD
Cumplamos las normas

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Fermín Agudo Atencio
Colaborador

En la ciudad capital, no sé en el interior del país, un número plural de personas: amas de casa, jubilados, jóvenes estudiosos, les dedican buena parte de su precioso tiempo a la plausible práctica de seguir los debates que se desarrollan en el recinto de la Asamblea Legislativa. Cuán beneficiosa puede ser esta corriente, que en alto porcentaje tiende a influir en el ánimo de algunas personas que con asiduidad y apego no se pierden estas discusiones y, también las broncas que se suscitan de vez en cuando, como parte del folclórico quehacer a manera de gajes del oficio del parlamentario nuestro, que son inherentes a la profesión de político criollo. Admiro el fruto consubstancial que proviene de la obra de un buen legislador: creación, promulgación y aplicación. No soy cursado en Derecho, pero en estos casos, pongo hábilmente a trabajar el sentido común que en estas situaciones me aporta sorprendentes resultados.

Un diputado es el proponente de un proyecto de ley que se discute hasta culminar los tres debates, para convertirse en acto de autoridad de la República, pasando luego a adicionarse en los códigos en espera de su pronta ejecución. La ley es un instrumento jurídico que requiere de seguimiento, en su programación, llevada al terreno de la realidad, su generación y función son causas de fuertes erogaciones al tesoro nacional.

Ella es hija legítima del que puso toda su inventiva, fortaleza mental y esmero en su procreación y defensa, dejarla íngrima después, no es satisfactorio, para los que estamos pendientes de su fiel cumplimiento.

Esto no es lógico, tampoco práctico. Las leyes son el paladión de la sociedad, anular por falta de seguimiento su veraz cumplimiento, puede ocasionar desconcierto y frustración en los conjuntos sociales organizados. Observar los efectos e impactos que directamente emanan de ella, debe llenar de placer a su autor. Voy a exponer un ejemplo solamente; existe una ley que prohíbe los perros en soltura, la tiene que cumplir todo cristiano que posee un can deambulando por las calles de nuestro país; ¿Pero a quién le compete hacerla cumplir?. Se necesita inspectores que hagan de esta medida una máxima, en su contra, todo seguirá lo mismo.

Todo sería muy bonito si cada hijo de vecino supiera cumplir su rol, teniendo un perro en su casa y amoldándose a lo que especifica el precepto. El culto lleva a defecar su can acompañado de los áperos especiales, recoge los excrementos y los retira al lugar para tal efecto, pero los que sufren de galbana precoz, siempre buscan su conchabanza dejando al pobre animal deambular sin rumbo fijo en pos del mendrugo diario, por los tinacos, recorriendo grandes áreas de la ciudad y su periferia. Entiendo que la preocupación del legislador-creador de la misma, fue la de ver: calles, avenidas, veredas, parques limpios de inmundicias perrunas, pero qué va, estamos a millas de distancia de tal anhelo. El cautiverio perruno sigue siendo un mito, como muchas ambiciones en Panamá.

 

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